
Radiografía de una mentira
El estafador Tom Ripley tiene la posibilidad de alejarse de la mediocridad neoyorkina y viajar a Italia para traer de vuelta al filántropo Dickie Greenleaf al mundo de los negocios. Sin embargo, el joven queda maravillado con el estilo de vida que lleva e intentará copiarla, cueste lo que cueste.

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Por Ignacio Pedraza
A las múltiples adaptaciones de una obra popular, su principal motivo puede estar en la variedad y la capacidad de brindar un rasgo distintivo: en la saga de novelas creada por Patricia Highsmith basada en Tom Ripley, la primera de estas titulada El talento de Mr. Ripley de 1955, conlleva una elegancia a la hora de retratar el suspenso y policial. Quien estuvo a cargo de la última adaptación de dicho libro –y por primera vez en formato serie- Steven Zaillian, se aprovechó de eso para darle su impronta en la serie Ripley (2024) para Netflix.
La historia es reconocida –más allá de su rango literario, también contó con un largometraje francés de 1960 a cargo de René Clément y una estadounidense de 1999 bajo la dirección de Anthony Minghella– pero para aquellos que nunca escucharon –o muy a lo lejos-, la premisa es inquietante: un estafador de bajo vuelo como Tom Ripley (Andrew Scott) viaja a Italia por pedido de Herbert Greenleaf (Kenneth Lonergan) para que traiga a Estados Unidos a su hijo Dickie (Johnny Flynn), un millonario que se quiere dedicar al arte y la vida libre.
Claro que, como sucede con cada individuo que interactúa con el joven Greenleaf, Ripley cae en los encantos de él y esa vida bohemia que lleva adelante en la pintoresca Atrani junto a su pareja Marge Sherwood (Dakota Fanning). Sin embargo Dickie tiene el mismo nivel de compromiso como de estrés en su vida, por lo que la relación, forzada por el protagonista, sufrirá repentinos cambios que pondrá en jaque el estilo de vida que adaptó Tom y lo obligará a tomar medidas drásticas.
Hay dos atributos que logran sobresalir en el trabajo de Zaillian con la enrevesada historia: su capacidad narrativa, donde trae el recuerdo a obras de otras épocas de la industria; y sus aspectos técnicos resaltando la fotografía de Robert Elswit. Gracias al uso acromático de su imagen y sabiendo aprovechar los paisajes naturales de la bella Italia, esas primeras decisiones no hacen más que ayudar a su visionado. Caso contrario sucede con la musicalización de Jeff Russo, ya que en los primeros capítulos es más funcional y se va desvaneciendo con el correr de la trama.
El realizador, a cargo de la dirección y guion de los ocho episodios -palabra mayor en el segundo rol, ya que ha sido galardonado en su carrera nada más ni nada menos que con un Oscar-, logra crear una atmósfera propia de la novela que pasa por diferentes estados del thriller. No hay ausencia de cierta comicidad en los movimientos del protagonista –todo de manera muy solemne y sin tanta notoriedad, pero sí teatral por momentos para quienes lo rodean- pero a medida que avanza la historia logra transformaciones alternando entre el suspenso y el policial. Esas diferentes vertientes que ofrece es bien interpretado por Scott, donde sus intenciones si bien son evidentes, en cuanto a las formas siempre deja un espacio para la duda.
Si habría que compararla con el film de fines de siglo, este Ripley es más claro en sus objetivos desde un inicio y ese manto arcano fue más propicio para Matt Damon –además de inocencia- . En contrapartida, principalmente en el primer capítulo vemos al personaje de Scott fallando en sus trucos y no todo resulta tan reluciente como sí en el film de Minghella. Además, el relato en la miniserie es más compleja sobre los que lo rodean, y la perspectiva es más amplia ya que no sólo sigue los enredos de su protagonista.
No quedan dudas de que Ripley es uno de los proyectos más ambiciosos –principalmente en lo técnico- de la pantalla chica este año, y también pretenciosa en el buen sentido. Al ser también una producción diferente a la que se ve en dicho formato –y ni hablar de lo que ofrece dicho servicio-, no deja de ser una interesante propuesta.
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