9 de marzo de 2025
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La docencia frente a los prejuicios y la intolerancia

Los continuos robos en una secundaria ponen en jaque el sistema establecido, y la joven profesora Carla Nowak se encontrará en el fuego cruzado entre las acusaciones.


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Por Ignacio Pedraza

Diferentes teorías pedagógicas vislumbran una escuela aislada de la sociedad, intentando impregnar conocimiento por fuera de lo que sucede socialmente. Otras, desde el inicio en que se estudia la ciencia de la educación, denunciaban a las instituciones como intentos de formación de un Estado-Nación elitista y que el entendimiento vaya por el camino principalmente de las ciencias exactas y el positivismo.

La tesis de El salón de profesores (Daz Lehrerzimmer, 2023) parece estar alejada de dichas nociones o, por lo menos como hipótesis, denuncia que puertas adentro del colegio no puede desligarse de lo que sucede afuera y, a la vez, ser un reflejo de ella.

El film dirigido por Iker Çatak –quien escribió el guion con Johannes Duncker– sigue a la joven profesora Nowak (Leonie Benesh), dando sus primeros pasos como docente de secundaria de matemática y educación física, en una escuela que está en jaque ante los continuos robos. Las acusaciones no se hacen esperar, y algunas cuestionables pruebas de los hechos delictivos generarán aún más caos.

La situación no es un caso digno de Sherlock Holmes ni un trabajo que se apoya en el plano de lo detectivesco, sino apenas un disparador para retratar las relaciones humanas y sus miserias, intermediado por la sospecha, la competencia y el cuestionamiento a los roles establecidos. Está claro que podemos evidenciar las lógicas que rodean al instituto, pero la trama también nos permite relacionarla más allá de lo educativo con varias sub-lecturas de diferente potencia, donde apenas una pregunta respecto a la nacionalidad de un estudiante manifiesta muchos significados.

Esto también se refuerza al conocer poco de sus personajes, incluida su protagonista. Todo está reflejado desde la perspectiva de Nowak, y a pesar de seguir los acontecimientos desde esa vertiente, apenas contamos con algunos destellos de su personalidad, que solamente es informado a través de rangos actitudinales y no discursivos, como uno intuye en la escena de la reunión de padres. Lo mismo sucede con la ubicación, donde todo se sitúa dentro del edificio y no conocemos –tampoco nos interesa, al público ni al realizador- cómo continúa el día a día cuando suena el timbre de final de clase.

Sumado a esa representación, otro de los logros de la producción teutona se basa en el incremento de la tensión en su narrativa. Lo que en un primer momento se situaba desde el suspenso y los recelos, en su continuidad se desarrolla desde la disputa y el accionar cuasi revolucionario que tiene a sus personajes en plena transformación, denunciando y disputando aquello que anteriormente parecía convivir de manera armoniosa o por lo menos pasiva. La musicalización de Marvin Miller evidencia esa elevación.

El nuevo largometraje que llegó a Max nunca subestima al espectador, tan así que su resolución puede dejar algunos insatisfechos o con ganas de más, pero queda claro que nunca intenta representar una obra lineal ni decidida, sino abordar cuestiones que pueden explotar y volver a apagarse con riesgo a reincidir, o sumergirse a un círculo que no tiene definición.


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