4 de febrero de 2025
el-encargado

Síntoma de época

Cansado de las políticas sindicales y ambicioso de poder, Eliseo decide emprender en su propia empresa de encargados en el barrio de Belgrano, donde sus decisiones lo pondrán en frente a viejos conocidos y hasta el mismísimo sistema político del país.


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Por Ignacio Pedraza

“Cuanto más alto trepa el monito
Así es la vida, el culo más se le ve”


Vencedores Vencidos – Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota

Aquel que haya visto varios de los largometrajes de Wes Anderson puede reconocer su huella fácilmente, lo mismo puede suceder con directores como Michael Mann o Guy Ritchie, como para citar dos ejemplos. Ya sea fotográfica o argumentalmente, las creaciones de Mariano Cohn y Gastón Duprat también tienen su marca: escupir a la idiosincrasia argentina y loar a protagonistas reprochables y petulantes.

En la serie de El encargado (2022) ya conocemos a Eliseo (Guillermo Francella), un trabajador de edificio que a través de estrategias maquiavélicas, escondidas en sus educadas posturas, condicionaba a los propietarios y lograba su cometido acumulando poder. Insertada en la comedia negra, los dos creadores habían logrado con sus dos temporadas –una muy positiva, otra irregular pero correcta- un éxito en la plataforma de streaming Star+ -hoy mudada a Disney+– manteniendo las lógicas que siempre predominaron en su filmografía.

Para la tercera temporada, el juguete que tenía a su protagonista como un erudito parece haber tomado vida propia y el absurdo, con el que antes apenas tenía algunos destellos, es la norma en este estreno. Si a esto encima le sumamos que la crítica social, que siempre fueron una matriz en cada trabajo de Cohn-Duprat, está de manera evidente, desmesurada y con la sensación de que tuvieron barreras abiertas por el contexto social-político del país, el resultado es verdaderamente llamativo y decepcionante.

Todo aquello que tenía una causa, que estaba construido de manera apaciguada pero justificada y que contaba con un desarrollo notorio, en esta ocasión obvia de cualquier argumentación y sólo parece que su función se basa en ver la interpretación de Francella, elogiada en las dos temporadas anteriores por el histrionismo para trabajar en su personaje, en situaciones grotescas.

La cuestión sucede que las acciones perdieron todo tipo de sentido, al igual que la aparición de personajes que no son ni por asomo funcionales a la trama -el caso de Benjamín Vicuña representa toda la idea-, a menos que esté basado en simbolismos que nuestras atrofiadas mentes no puedan dilucidar.

Tomando en cuenta el argumento para estos nuevos siete episodios, llama la atención aún más la posibilidad perdida: el desafío de Eliseo de emprender por fuera de las medidas gremiales no era descabellado contemplando los ideales y la ambición del personaje, pero falla en su ejecución con un mensaje demasiado impuesto y simple. Algo similar sucede con sus rivales: el enfrentamiento con Gómez (Manuel Vicente) era cuestión de esperar y la vuelta de Zambrano (Gabriel Coity) siempre le da un toque distinto al asunto, aunque terminan desdibujados.

El individualismo, el revanchismo, la pos-verdad y la libertad entendida desde la noción menos empática posible son visiones que intentan imponerse hoy en día y desde aquellos sectores pueden encontrar en el protagonista y en la serie como un lugar de confort y que los represente. Se tiró por más de la cuerda, y el sinsentido es lo que representa a esta tercera temporada.


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