Eso que llevas ahí
La docente jubilada Lía intenta llegar a Estambul para reencontrarse con su sobrina trans. La ayuda en el país turco será de un dubitativo Achi, a quien le servirá la travesía para su búsqueda personal.
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Por Ignacio Pedraza
La embarullada casa donde vive Achi (Lucas Kankava) genera que el joven solamente quiera escapar. Cuando la conocida de la familia Lía (Mzia Arabuli) pregunta por su sobrina que vivía en ese barrio, la situación parece propicia para él que solo tiene el dato que se fue a Estambul. El escape de uno y el intento de reencuentro de la otra generará que Caminos cruzados (Crossing, 2024) sea inevitablemente una historia donde las idas y vueltas a la que refiere el título puede despertar diferentes lecturas.
La incesante búsqueda de la jubilada profesora y su objetivo de encontrarla podría ser un punto nodal en la obra de Levan Akin. Sin embargo, el propio viaje en tierras turcas junto al joven tiene su propia dimensión y fuerza, por lo que los motivos de los que afrontó la tarea resulta casi una excusa; o el drama sueco permite pensar a la travesía per se, como espacio para el desarrollo de la trama.
Claro que en las intenciones de Lía la frase de Fito no alcanza, pero como espectador nos quedamos con la sensación de que lo importante no era llegar, sino el camino; debido a las múltiples transformaciones que sufren los personajes en el simple recorrido por las calles de Estambul.
El guion del propio Akin cumple con los estándares de la road movie con un fuerte componente pesimista y que permite ir conociéndonos más de la dupla protagónica. No hay necesariamente un proceso de metamorfosis en los personajes, sino que el realizador aborda una radiografía intimista sobre ellos; de sueños, pecados, culpas y arrepentimientos se trata la observación.
En el mismo sendero, pero como una subtrama bien marcada está la historia de Evrim (Deniz Dumanli), una abogada trans que pelea por los derechos del colectivo. Como bien marca el título del film –una vez más-, los intereses del trío indudablemente se cruzarán y experimentarán los momentos más duales del drama, donde parece haber una luz de esperanza o, por lo menos, los mayores momentos de paz para los protagonistas.
Akin, quien a lo largo de su filmografía ha sabido retratar aspectos humanistas apuntado principalmente a cuestiones tanto de discriminación como de soledad dentro de la sociedad, logra adentrarnos a esa visión que por momentos se inunda de desolación, y el optimismo apenas tiene retazos. La fotografía de Lisabi Fridell es clave para fomentar esa construcción narrativa: lo grisáceo es la ley, y apenas vemos fragmentos de luz que va en sintonía al ánimo de sus personajes, como se ejemplifica en esa noche estambulí que tiene a la docente bailando.
La lucha por reencontrarse con Tekla conlleva varios componentes a la simple búsqueda, que va desde la radiografía tenue a la situación de los colectivos y de las condiciones sociales –sin llegar a la pronunciada denuncia del cine de Aki Kaurismaki– pero dentro de un relato intimista. La exploración es el motor para el personaje de Arabuli que despega a diferentes lecturas que interpelará por diferentes ámbitos al espectador; lo que la posiciona como una de las propuestas más complejas y enriquecedoras del año.
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