4 de julio de 2025
el oso

Reloj de plastilina no existes más

El tiempo apremia para Carmy y equipo: el tío Jimmy ya les dio el ultimátum para cerrar las puertas del restaurante, y saben que les queda un último tiro. Sumado a los múltiples conflictos que atraviesan cada uno de ellos en el aspecto personal, el caos –habitual de la serie- es total.


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Por Ignacio Pedraza

El 2024 se caracterizó en la pantalla chica, por lo menos en tres de las series más reconocidas del momento, por la transición: sin caer en pesimismos, tanto la tercera temporada de El Oso (2022), la cuarta de The Boys (2019) y la segunda de House of the Dragon (2022) fueron estrenos en las que dio la sensación de ser preparativos hacia algo más, que navegaban en círculos y que no serían las más recordadas del producto total. El primero de los ejemplos ya estrenó la cuarta temporada, por lo que su comparación con lo visto el año pasado permite reforzar la idea y a la vez comenzar el visionado de esta cuarta parte con cierto resquemor.

Las puertas del restaurante ya están abiertas, la crítica del Chicago Tribune no ha sido negativa pero sí insuficiente y el funcionamiento de la cocina no es el mejor. Todo se hace aún más cuesta arriba cuando el socio financiero Jimmy (Oliver Platt) trae un reloj con el tiempo invertido que marca el plazo que tiene el grupo para hacer funcionar las cosas, o se cerrarán las puertas.

Lo que se destaca en los nuevos diez episodios de la serie creada por Christopher Storer es en el movimiento –a través del código propuesto de la obra- que tienen los personajes y cómo enriquece, gracias a este estreno, lo visto el año pasado. De más está decir sobre la narrativa pausada o la trama redundante respecto a características, deseos o miedos de sus personajes, ya que tanto Storer como los escritores Joanna Calvo, René Gube, Catalina Schetina, Karen Joseph Adcock -hasta los propios Ayo Edebiri y Lionel Boyce se sumaron a la lista de guionistas- siempre dejaron claro que el recorrido no era lineal ni sencillo, sino que, al igual que el comportamiento humano, muchas veces giramos por el mismo estado de diferentes maneras. Ello está edificado en el elegante restaurante y en el más asequible The Beef, donde las problemáticas aún se mantienen y sacarlo a flote no es algo sencillo.

Sin embargo, en distintos arcos argumentales encontramos progresos que permite ir dando pasos funcionales y esenciales en la serie. El inicio de la temporada parece referirse a varias de las críticas que arrojó el año pasado con la alegoría entre Carmy (Jeremy Allen White) y cierta película de Bill Murray; mientras que la implementación del reloj por el personaje de Platt y “Computadora” (Brian Koppelman) parece enfrentarse a ello y darle una noción confrontativa al estreno. Hay un dato que parece aclarar esto: tanto la tercera como la cuarta temporada fueron grabadas en conjunto, por lo que la fundamentación de un ritmo y el otro nos permite pensar en la complementación de estar viendo dos partes de una sola idea, contando ya con el arrastre del tono alocado pero a la vez intimista que fundó la serie de FX y Hulu.

En este código establecido, la serie nos regala un ya clásico séptimo capítulo más alargado al resto –que oscilan entre los treinta y cuarenta minutos- puntualizando un hecho concreto que rodea a sus personajes –y que incorpora la nueva cara estelar del reparto, mientras que las otras figuras se suman a la ocasión aunque sea mínimamente-; pero lo que se destaca es el cuarto, que cuenta con una historia apuntada de Syd (Edebiri, quien escribió el guion junto a Boyce) que se relaciona con su arco argumental pero que funciona a la vez como satélite, casi como homenajeando a Atlanta (2016).

A pesar de las dudas previas a su estreno, la cuarta temporada de El Oso vuelve a demostrar el motivo por el cual es una de las mejores series de la actualidad: a la bella y opaca fotografía de Andrew Wehde, Adam Newport-Berra y Chloe Weaver y la minuciosa musicalización de Jeffrey Qaiyum y Johnny Iguana, los personajes vuelven a florecer, hay mayor compacto a sus recorridos y un mensaje familiar aún más contundente que el de Toretto y compañía. Siempre hay una advertencia sobre cada epílogo, que es el de tirar demasiado de la cuerda –el año pasado lo tuvo demasiado tirante-, pero esta vez parece retomar un sendero más que correcto.


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