22 de agosto de 2025
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Baby Eenie Meanie

Más allá de intentar dejar su pasado atrás, Eenie Meanie debe sacar a relucir sus dotes de conductora de atracos para ayudar a su ex pareja John, quien está en aprietos ante el mafioso Nico.


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Por Ignacio Pedraza

Había un atributo interesante en Baby Driver (2017): en el encuadre que proponía Edgar Wright uno se adentraba en el pasado del personaje de Ansel Elgort sin recurrir a flashbacks, y entendía en el oscuro mundillo que estaba inmerso, con el arco principal del protagonista intentando salir a flote y alejarse de ese contexto.

Algo similar le pasa a la Eenie Meanie de Samara Weaving en Velocidad salvaje (Eenie Meenie, 2025), pero uno se imagina –y lo demuestran ambas producciones- que no es tarea fácil dejar todo atrás y que uno no puede perder el rastro del todo. Sin embargo, la nueva película de Disney+, que comparte algo de la trama con la película del 2017, sí visualiza con mayor énfasis en el pasado de la conductora, al igual que conocemos más sobre sus diferentes círculos en la niñez y adolescencia.

La matriz de Eenie se basa en eso: querer enfocarse en sus estudios, trabajos y codearse con ambientes más sanos dejando de lado la ilegalidad. Sin embargo, cuando su expareja John (Karl Glusman) se mete en problemas ante el líder de la mafia Nico (Andy García), la protagonista deberá realizar un último trabajo como la gran conductora de robos que fue en su momento.

La propuesta de Shawn Simmons resulta un film dinámico, donde se apoya en una narrativa frenética y violenta repleta de humor negro y personajes despreciables –hay un gran acompañamiento en la musicalización de The Haxan Cloak-. El thriller, con mucha sencillez, logra desarrollarse en los parámetros esperados que hemos visto anteriormente donde combinan retazos de heist y road movies.

Cabe destacar que lo hecho por Simmons no tiene por intención apuntar más alto ya que, si hilamos fino en comparación con otros proyectos del género, este estreno sale perdiendo por su sencillez y lo plano de varios de sus personajes. Como ejemplo, el personaje de Glusman logra evidenciarse como un tóxico, pero termina resultando más despreciable de lo que uno quisiera y en ningún momento termina empatizando –como sí sucede con el personaje de Weaving, quien resulta una desafortunada- como el guion –también a cargo de Simmons– intenta inclinar la balanza hacia la redención.

Tal vez lo más flojo se observe sobre el final: es que dentro de esa simplicidad, el film logra construirse con sus herramientas de manera correcta y que el visionado sea auspicioso, pero el tercer acto ofrece una resolución donde falta esa adrenalina con la que contaba su narración, con un epílogo perezoso. A eso se suma algunos pasajes que cortan con ese ritmo potente para, en pos de profundizar el desarrollo de sus personajes, volcarnos a lo más melodramático de la historia –con el gran Steve Zahn desaprovechado-.

Weaving logra trasmitir todas las características que necesita su Eenie, y el histrionismo del resto del reparto parece a tono con lo que propone su director: autos, robos y “gente rota” terminan por conseguir, por momentos, el punto justo para una película sin muchas pretensiones y que cumplen en el entretenimiento más pasatista posible.


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