La conversión del amor
La decisión de Joanne y Noah de postergar ciertas posturas respecto a la religión harán disfrutarse uno del otro, aunque la vacilación y la comparación con otras parejas generarán nuevos sentimientos y viejos dilemas.

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Por Ignacio Pedraza
En la cuarta temporada de Hacks (2021), Deborah Vance (Jena Smart) se enfrenta al mismísimo Jimmy Kimmel para conseguir la presencia de una invitada a su programa: Kristen Bell. La disputa no es solo para rellenar con alguna estrella de la televisión, sino contar con una figura carismática, referente en el género de la comedia y que contó con uno de los sucesos del 2024: Nadie quiere esto (Nobody Want This, 2024).
La Joanne de Bell se enamora del rabino Noah (Adam Brody), pero sus diferencias –ella agnóstica y sin tapujos para hablar sobre sexo en su pódcast, él judío ortodoxo- ponen su relación en crisis. Sin embargo, más allá de las discrepancias que puede generar tanto en la propia relación como de sus círculos, deciden seguir adelante más allá del tema latente que se puntualiza en la conversión al judaísmo para ella. Para la segunda temporada, el debate que parecía saltearse seguirá allí, y los dos protagonistas deberán enfrentarlo.
El reciente estreno de la serie creada por Erin Foster se fortalece por el dilema que debe enfrentar la pareja protagónica, inmerso en un universo que no evade las lógicas propias de la comedia romántica –y que parecen intentar emular a viejos clásicos de la pantalla grande y chica-. Los personajes de Bell y Brody afrontan diferentes situaciones típicas de la relación amorosa incipiente, y deben sortear la interacción a través de circunstancias y personas que son funcionales a los principales.
La simpatía es la característica principal de la propuesta de Netflix, basándose en personajes carismáticos, con personalidades marcadas y un tanto superficiales –hay algún tipo de debate a lo largo de los diez episodios- donde el humor y el romance congenian de manera precisa. La capacidad de maratonearla de manera vorágine –son, nuevamente, capítulos que oscilan entre los veinte y treinta minutos- puede beneficiarla en su consumo, que permite adentrarnos en el tono intrépido que desarrollan; ya que si bien no empatizamos en particular con ellos sí congeniamos, más allá de algún gag más logrado que otro.
En esta lógica exponencial de lo disparatado, Morgan (Justin Lupe) vuelve a lucirse como la hermana de Joanne, y quien parece ejemplificar en el espíritu de la serie más allá de ya no interactuar tanto con Sasha (Timoty Simons) –aunque su puñado de escenas en conjuntos vuelve a demostrar uno de los puntos altos del proyecto, al igual que los propios intercambios con Bell– y cada personaje secundario cuenta con mayor desarrollo respecto a su temporada anterior, sumándose con sumo énfasis Lynn (Stephanie Faracy) y Henry (Michael Hitchcock).
Las temáticas sobre el amor moderno y las sociedades de hoy están presenten a través de un estilo chic, elegante y colorido gracias a la musicalización de Duncan Blinckenstaff y la fotografía de Adrian Peng Correia, que vuelve a presentar una afable historia de amor que un año atrás generó múltiples visionados, y acá tampoco debería ser la excepción.
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