The life of a showman
El prestigioso actor Jay Kelly hace un repaso de su vida, reflexionando sobre la autenticidad y la relación entre su oficio y la familia. Entendiendo que la mejor manera de dicha introspección es a través de un viaje, sumerge a todo su equipo en una travesía por Europa.

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Por Ignacio Pedraza
El realizador Noah Baumbach ha sabido escribir desde crisis de mediana edad, pasando por problemas maritales hasta abstractas críticas al sistema; todo ello bajo un tempo particular que alterna entre dramas espesos y comicidad liviana. La primera secuencia de Jay Kelly (2025), su último trabajo, marca un poco su sello: la vorágine y adrenalina de la preparación previo a comenzar a grabar, pasando por el correr de la cámara hacia un monólogo existencialista del propio Jay (George Clooney), siendo la última escena del carismático actor en la película que está grabando.
Luego de los últimos aplausos al protagonista por su trabajo, el futuro es una incertidumbre. Más allá de tener proyectos programados, a partir del fallecimiento de su director amigo Peter Schneider (Jim Broadbent) y el encuentro con alguien de su pasado como es Tim (Bily Crudup), los objetivos de Kelly cambiarán y modificarán los planes de su equipo de trabajo, que deberá embarcarse rumbo a Europa por caprichos de la estrella.
Sin embargo, al igual que cada uno de los trabajos del escritor neoyorkino, dicho disparador sirve para que diferentes temáticas sean abordadas y cómo la crisis existencial y arbitrariedad del protagonista afecta a sus círculos es la principal de las cuestiones. En este caso, el personaje de Clooney se replantea muchas de las vivencias y recorridos de su vida, siendo el viaje al viejo continente el terreno para enfrentarse a esos demonios.
La introspección que sufre el protagonista –el realizador utiliza buenos recursos narrativos para adentrarnos en su perspectiva con múltiples flashbacks insertos de manera ingeniosa- se ve afectada por situaciones vividas en el viaje y la interacción con otros personajes: allí vemos la relación que tiene con Ron (Adam Sandler), su representante, y otros en menor medida como podían ser su publicista Liz (Laura Dern), su padre (Stacy Keach) o su hija Daisy (Grace Edwards).
Kelly avasalla todo, y las variadas temáticas arrojadas son dispares. Ese parece ser un objetivo del director –guionista junto a Emily Mortimer, quien aquí tiene un acotado papel-, donde esa tropelía de Kelly resulta también notoria para que varios del reparto queden en apenas enunciaciones o funcionalidades para la estrella principal.
Hay dos casos llamativos o que permiten su análisis. El primero es el del personaje de Sandler, donde es evidente en ese rol subordinado y todo su arco parece avocarse a eso, en la múltiple tarea entre su representación –acá cuenta con un simpático momento con otro de sus clientes, como es Ben (Patrick Wilson)- y las responsabilidades familiares. El otro, en el componente más dramático del proyecto, se basa en la irrupción de Jess (Riley Keough) y la relación con el protagonista que es a cuentagotas.
Toda noción filosófica, que por momentos parece espesa, logra codearse con la comicidad situacional que tiene cada buen film «baumbachiano». De manera funcional, el drama no impregna la pantalla de manera total –no obstante, la musicalización de Nicholas Britell logra apoyarse mejor en esos momentos-, sino que permite pasajes donde lo descabellado le da cierto aire irrisorio, ya sea la secuencia del tren –hay cierto reconocimiento al cine europeo de corte independiente a partir de allí, enriquecido por la fotografía de Linus Sandgren– o la interacción del protagonista con el personaje de Crudup.
Por otra parte, queda la sensación que hay cierto metalenguaje en el film, porque todo aquello que parece sentir y reflexionar no deja de reflejar la propia filmografía del interpretante: ¿Cuánto de Jay hay en el propio George? Su última escena, con pasajes de diferentes largometrajes de la estrella, no deja de pensarse como un homenaje al ganador al Oscar y que durante la filmación también estuvo la posibilidad de cierta catarsis. Ya sean sus personajes como Matt King, Ryan Bingham o el Jack de The American (2010) parecen reflejarse en esta tarea de rendición.
A todos los temas que ha sabido abordar el bueno de Noah a lo largo de sus proyectos, este parece situarse en la industria y sus figuras –más a eso que al cine en sí-, con una introspectiva habitual al de sus trabajos. La dualidad de los géneros, con tintes de screwball, también está presente y despertará la atención –y la emoción- para aquellos fanáticos del director o de producciones de este tipo, sin defraudar.
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