
Porque esa es la ley primera, y en lo ilegal también.
Mientras intenta poner a su restaurante Black Rabbit a la vanguardia y seguir explorando en los negocios culinarios de Nueva York, Jake Friedken se encuentra con un gran problema al reencontrarse con su hermano Vince, quien le solicita ayuda económica al deberle a gente pesada que lo meterá en un callejón sin salida.

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Por Ignacio Pedraza
Mientras festeja con sus allegados el éxito de su restaurante Black Rabbit (2025), Jake Friedken (Jude Law) recibe la no agradable visita de dos ladrones que asaltan a todos los invitados. Cuando la gravedad incrementa por la postura violenta de los malhechores, un arma se posiciona entre los ojos del dueño y parece pasarse no toda su vida por delante, sino el último mes.
La nueva propuesta de Netflix, creada por Zach Baylin y Kate Susman, sigue el trabajo de Jake como propietario de la cocina que lleva el nombre de la serie, y la enrevesada relación con su hermano Vince (Jason Bateman), quien vuelve a la ciudad para solicitar ayuda por unas deudas con gente de temer.
El asalto al edificio servirá como punto nodal para todos los arcos argumentales que veremos a lo largo de los ocho episodios –que tiene como directores a la dupla de Ozark, Bateman y Laura Linney, a Ben Semanoff y Justin Kurzel-, donde ciertas acciones se remontan a treinta días atrás para explicar las causas que construyen el terreno propicio que desentonan en el hurto, pero también detalla posteriormente las repercusiones y cómo sus principales figuras quedan involucrados.
La interacción entre los personajes de Law y Bateman es la pieza más fuerte de la obra –con cierta reminiscencia a la temática de hermandad ofrecida por Bloodline (2015)- y, más allá de que las características de ambos están bastantes marcadas –quizá el británico puede esconder algo más- los giros de la trama permiten seguir desarrollándose para la sorpresa y mayor amplitud en sus propiedades.
Sin embargo, la serie de ocho episodios no solo aborda todo desde la perspectiva de los Friedken, sino que la narrativa permite abordar a sus círculos y los intereses en puja para cada uno de ellos. Personajes como Estelle (Cleopatra Coleman), Wes (Sope Dirisu) o Junior (Forrest Weber) cuentan con mucha presencia en pantalla y el guion –tanto de los creadores como de Andrew Hinderaker, Sarah Gubbins, Stacy Osei-Kuffour y Carlos Rios- permite darles su espacio. El sexto capítulo, a través de una narrativa multiperspectiva, es el ejemplo más claro de que el proyecto no sólo se basa en sus dos figuras.
Dicho esto, resulta clave aclarar que esta amplitud de argumentos permite encontrarnos con subtramas no del todo interesantes, redundantes o que simplemente parecen rellenar los minutos en pantalla. En vistas a generar un contexto o terreno realmente espeso –también aporta la suyo la fotografía de Peter Konczal e Igor Martinovic, quienes parecen haberse inspirado en la luminosidad de la serie de Bateman y Linney de 2017- donde los peligros parecen estar siempre presentes y por diferentes vertientes, se observan situaciones en demasía sobre la mesa.
Es interesante lo que propone Black Rabbit, más allá de algunas debilidades o intento de pretenciosidad para autodefinirse. La buena dupla protagónica –Bateman vuelve a demostrar que está más allá de la comedia- y la interesante construcción intrigante, permite darle el pulgar para arriba y redondear un trabajo más que correcto.
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