
Jugando al gato y al ratón
Abel, un arquitecto que padece agorafobia, lleva tres años viviendo aislado en la montaña, incapaz de poner un pie en la calle. A raíz de una oportunidad profesional, debe buscar una solución inmediata para su condición. Acepta la oferta de José, un prestigioso adiestrador canino convencido de que sus técnicas con los perros pueden corregir su problema. Lo que parecía una solución, se va convirtiendo poco a poco en una tortura de la que Abel se verá incapaz de escapar.

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Por Gastón Dufour
La ópera prima de Juan Albarracín, El Instinto, es un thriller psicológico que enfrenta la fragilidad humana con la brutalidad de las relaciones de poder. La película sigue a Abel (Javier Pereira), un arquitecto atrapado no solo por su agorafobia, sino también por un aislamiento autoimpuesto que ha deformado su percepción del mundo.
Aparentemente, la solución llega en forma de José (Fernando Cayo), un adiestrador canino cuya propuesta promete liberar a Abel de sus demonios. Sin embargo, lo que comienza como una alternativa terapéutica degenera en una escalada de abuso y manipulación, transformando esta relación en un perverso juego de dominación.
Albarracín estructura la narración como una partida de ajedrez en la que cada movimiento revela una dinámica de poder más turbia. Javier Pereira interpreta con convicción a un hombre al borde del colapso, y Fernando Cayo aporta una inquietante presencia que amplifica la tensión en cada escena compartida. El guion juega de manera inteligente con la ambigüedad: ¿es José un salvador o un verdugo? La tensión psicológica que se construye no da tregua, y el espectador se ve inmerso en una atmósfera asfixiante.
Visualmente, el aislamiento de Abel se refleja en una paleta de colores apagados y en un diseño de producción minimalista que encierra al protagonista en su propio infierno personal. Albarracín utiliza los espacios con una precisión quirúrgica, convirtiendo lo doméstico en algo amenazante. La cámara, a menudo claustrofóbica, sigue a Abel como una sombra, resaltando su impotencia frente al control que José ejerce sobre él.
En sus 92 minutos, El Instinto propone no solo un descenso a los abismos de la mente humana, sino también una reflexión sobre la pérdida del control como experiencia inherente a la naturaleza humana. Un debut que anuncia a Albarracín como un director al que prestarle atención.
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