Amantes, cocineros, matrimonio y mucho más
La relación entre el sofisticado chef Dodin y la descollante Eugénie se basa principalmente en la cocina y los prestigiosos platos que preparan. Inevitablemente el romance latente entre los dos cocineros tomará otras dimensiones, que florecerá en emociones y necesidades.
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Por Ignacio Pedraza
La cocina en el cine siempre fue -quizá hoy en día con mayor énfasis- un espacio propicio que sirva como excusa para abordar cuestiones dramáticas y humorísticas o ya sea tanto de índoles intimistas como relativas. En los múltiples proyectos relacionados al arte culinario, las cuestiones técnicas no importaban necesariamente, y en otros casos se le daba mayor ímpetu.
En El sabor de la vida (Le Pot-au-feu, 2023) Eugénie (Juliette Binoche) elige deliberadamente la materia prima para luego poder implementarla en la cocina con Dodin (Benoit Magimel) exquisitos platos que permiten dejar al hombre como un gran chef en las altas esferas del Francia de fines del siglo XIX. Para ello, el director Tran Anh Hung nos permite observar una extensa escena en la preparación de los dos protagonistas, y justificar el por qué de los elogios para el personaje de Magimel. Es que los condimentos, las recetas y la preparación son una clave esencial en la obra francesa, que se llevó múltiples premios en el viejo continente y motivos no le faltan.
A lo largo de la más de dos horas de duración, el largometraje cocina a fuego lento –valga el lugar común para este tipo de producciones- la relación entre Eugénie y Dodin, porque si bien partimos desde un vínculo de 20 años y los dos conviviendo en la mansión, el lazo sufre modificaciones hacia otros espacios.
El apaciguamiento es una característica de este drama basado en la novela La Vie et la passion de Dodin-Bouffant de Marcel Rouff, ya que los silencios y las interacciones dentro de la cocina logran vislumbrar aspectos y sensaciones que no necesariamente debe recurrir a lo expresivo.
En este aspecto, la fotografía de Jonathan Ricquebourg a través de la transición de los colores cálidos a los fríos es una gran manifestación sobre lo dicho. Hay vertientes que acompañan las sensaciones de la dupla protagónica, como la irrupción de la joven Pauline (Bonnie Chagneau-Ravoire) que representa la delegación generacional, o el legado de la excelencia, pero queda apenas para algunos retazos en la narración y son más insinuaciones que otra cosa.
Lo sosegado en la construcción de la trama también va de la mano con los planos secuencias y travelling en escenas de poco corte, funcionales a ese ambiente que parece suavizado pero que conlleva situaciones realmente dramáticas, sin ningún tipo de golpe bajo, con el correr de la obra. El quiebre, promediando el metraje, ineludiblemente mantiene despierto al espectador y lo sorprende; ya que si bien mantiene la identidad del relato construida anteriormente, lo remueve a algo inesperado y presenta otro ambiente.
Resulta importante destacar que El sabor de la vida es de paladar especial, ya que muchos la encontrarán excesivamente calmosa. No obstante, el trabajo de Anh Hung –quien también estuvo a cargo del guion- es realmente valorable en no faltar el respecto al público, donde permite que los personajes se expresen a través de acciones y que la cocina, que podría ser solo un intermediario para retratar las relaciones personales, toma dimensiones justificadas en una historia narrada de manera adulta.
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