Prepararse para la preparación
Las fuerzas verdes y negras de la Casa Targaryen se siguen disputando el Trono de Hierro, rodeados de intereses, traiciones y muertes.
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Por Ignacio Pedraza
El cierre de la primera temporada de House of the Dragon (2022) representaba lo que los fans y críticos elogiaron de Game of Thrones (2011-2019): violencia, recelos y ambición por el poder a niveles mortales. Si a esto le sumamos un puñado de batallas de las bestias que llevan el nombre de la serie, el saldo inevitablemente era más que positivo.
El inicio de la segunda temporada de la serie creada por Ryan Condal –basándose en lo escrito por el ya célebre George R.R. Martin– no dejaba ese epílogo sin resolver y la Ley de Talión se batía entre dos bandos bien marcados. La adrenalina creada dos años atrás lograba mantenerse en errores estratégicos y desquites impulsivos.
¿Qué pasó después? La nueva temporada de HBO parece haber caído en ese triángulo de las bermudas que crearon las series del momento –entiéndase la tercera temporada de The Bear y la cuarta de The Boys– donde el desarrollo es apaciguado y su presente apenas se sostiene por lo que puede venir. A excepción de los nuevos capítulos de los proyectos estrenados en Disney+ y Amazon Prime respectivamente, en el caso de Westeros su fundamento es aún menos justificado.
La creación de Christopher Storer decide ahondar en las miserias y desafíos humanos, y el recorrido no siempre es lo primordial. En el caso de la historia basada en los cómics, su matriz estaba en evidenciar la verdadera problemática que los héroes tienen en frente ante el poderío súper y empresarial, aunque también resulta un tanto redundante. Por ello lo que más llama la atención en la producción protagonizada por Emma D´Arcy y Olivia Cooke es que ya todo estaba servido tras sus primeros diez capítulos y nunca terminó de explotar.
Tras dos buenos episodios de arranque, la amplia lista de directores y guionistas a cargo decidieron darle un freno de mano a la vorágine ofrecida, y entraron en un terreno de exploración para algunos personajes y desdibujes para otros. Casi como un tirón de oreja por sus actos al inicio –que también marcaban su personalidad-, Daemon (Matt Smith) tiene toda una experiencia intrínseca el resto del relato, y la impulsiva Rhaenyra (D´Arcy) bajó tantos cambios que terminó en una posición adormecida.
La noción central de las dos protagonistas luchando en espacios liderados por hombres, y ver cómo su amistad se arruina a medida que crecen las responsabilidades políticas, tampoco son reconocibles en esta segunda temporada, que se simboliza con el nivel de hartazgo que Alicent (Cooke) exterioriza. Quizá haya un intento de ampliar el espectro de personajes para su desarrollo – el énfasis puesto en apenas un puñado de nombres era lo interesante de esta obra, a diferencia del espacioso desarrollo que tenía su serie antecesora- y que otros se sumen a tironear en el cruce de intereses.
Las batallas de los seres mitológicos vuelven, al igual que su temporada antecesora, apenas a destellos sin terminar de despegar: en el cuarto episodio vemos todo el potencial que tienen dicho tipo de enfrentamientos con uno de los picos de estos nuevos ocho episodios, pero demostrando que guardan varios aspectos más en la tibia entrecruzada entre Rhaenyra y Aemond (Ewan Mitchell) en el cierre del séptimo capítulo. Argumentativamente, las bestias tienen peso en algunos pasajes que los guionistas deciden abordar en relación con los plebeyos y la cuestión de los derechos, en una vertiente interesante que tiene la trama.
En el cierre logramos ver las intenciones del showrunner y sus directores, con toda la preparación que, inocentemente, pensamos que llegaría para este nuevo estreno. La serie decidió postergar lo que uno esperaba en esta ocasión y, si bien sería descomedido catalogarla como una floja temporada, sí dio la sensación que de un innecesario apaciguamiento a lo que venimos a buscar.
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