4 de febrero de 2025
the bear

Embrujados en la perfección

Tras la inauguración del restaurante, Carmy y compañía intentan dejar atrás la caótica noche inicial y tratar de enderezar el rumbo de El Oso. Sin embargo, viejos recelos, sueños y frustraciones no dejarán el camino allanado para avanzar.


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Por Ignacio Pedraza

La respuesta a la pregunta de si es El oso (The Bear, 2022) una antología, claramente es que no; pero la creación de Christopher Storer ha elevado tanto sus niveles narrativos y técnicos –o por lo menos, nunca decepcionó- que cada capítulo puede deleitarse individualmente como los platos que cocinan esos sofisticados chefs.

Es cierto que, en esta nueva tercera temporada que se estrenó en Disney +, ninguno de los diez episodios quedarán en el recuerdo de manera particular como aquella caótica noche navideña de la familia Berzatto o la pasantía de Richie (Ebon Moss-Bachrach) en las cocinas del chef Terry (Olivia Colman), aunque tengamos como rasgo distintivo la historia de Tina (Liza Colón-Zayas) bajo la dirección de la talentosa Ayo Edebiri.

Las puertas del flamante restaurante ya abrieron, y hace un año vimos lo que fue la noche inaugural. Ahora bien, ¿qué queda? Pues cada integrante de la cocina aún debe lidiar con sus propios demonios y con los cruces propios de la vida, ya que si algo nos mostró el drama de FX es que nunca los escollos son lineales ni los duelos terminan de cerrarse de manera hermética.

Bajo la dirección de Storer, Duccio Fabbri y Joanna Calo –y el capítulo que la puso en la silla de realizadora a la joven actriz-, la trama se sigue situando en diferentes puntos de la vida de Carmy (Jeremy Allen White) y compañía, que permite explicar causas y consecuencias a sus comportamientos y estados de ánimo.


Sin embargo, no deja de sentirse una transición en esta tercera tanda de episodios: más allá de su cierre que lo deja bastante claro, el aspecto intimista que tanto fue elogiado en la serie toma otras dimensiones para pasar a casi una radiografía de sus personajes, de una manera más general en la que no necesariamente pone el énfasis en alguien en particular –quizá además del capítulo enfilado hacia el personaje de Colón-Zayas, hay un episodio apuntado a Sugar (Abby Elliot)-. Tal vez si nos paramos del inicio al cierre de la temporada no hay un cambio en situaciones o posturas de sus personajes, pero el recorrido nos permitió adentrarnos aún más hacia ellos y a la vez en plena incertidumbre a lo que puede suceder.

Sobre este punto podemos apoyarnos: ya se ha dicho hasta el cansancio la gran capacidad que tiene la serie de fraternizar entre la elegancia –y exigencia- del mundo culinario y los dramas personales; pero ésta última idea logra hacernos pensar en El Oso como una serie popular, que interpela directamente a trabajadores y luchadores dejando en evidencia las complicaciones de la vida. La historia de la entrañable T no deja de ser un gran ejemplo de la capacidad narrativa para abordar cuestiones sociales que reflejan situaciones veraces.

Referirnos técnicamente a la serie resulta un tanto redundante: la fórmula establecida para llevar adelante los episodios, con los primeros planos que agobian, secuencias extensas con mucha información del paisaje y la musicalización de Jeffery Qaiyum y Johnny Iguana apoyándose en el rock alternativo que va en tono al ritmo ajetreado de sus personajes.

La vara puede ser un tanto cuestionable en este nuevo estreno de la serie, que vuelve a demostrar su excelencia en los diferentes aspectos pero que por ello no sorprende, ya que nos acostumbraron a un nivel altísimo. Lo que sí es importante es que, más allá de no haber asombro, tampoco decepciona.


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