Registro de la desolación
Cuando un misil de origen desconocido se dirige a Estados Unidos, tanto la Casa Blanca como las diferentes instituciones gubernamentales y milicias se pondrán a trabajar a contrarreloj para descubrir quién fue y en las medidas preventivas para evitar una tragedia.

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Por Ignacio Pedraza
Cuando uno se anoticia con el nuevo trabajo de un director o una directora consagrada, o por lo menos con pergaminos más que positivos, que va de la mano con el género o en el terreno que lo o la han posicionado en dicha situación, a uno le puede generar expectativas altas. Si encima pensamos que es lo más reciente de Kathryn Bigelow tras ocho años –su último proyecto en la silla de directora fue Detroit (2017)-, el interés en Una casa de dinamita (A House of Dynamite, 2025) aumentaba.
El reciente estreno de Netflix afronta lo que parece una sinopsis simple: un misil, de origen desconocido, se dirige a Estados Unidos y el país norteamericano trabaja a contrarreloj para determinar las medidas a tomar. Y si bien vimos este año algo similar en el séptimo capítulo de Paradise (2025), que protagonizaba el presidente Bradford (James Marsden), o ciertos retazos en el tercer acto de la última aventura de Ethan Hunt, la propuesta de su directora –junto al guion de Noah Oppenheim– se enriquece en la tensión construida a través de una narrativa que apunta a tres capítulos, que toman la misma situación desde distintas perspectivas.
En la primera de ellas tenemos a Walker (Rebecca Ferguson), una oficial de la sala de situaciones de la Casa Blanca que funciona como introducción al conflicto y que, a través de personajes como el almirante Miller (Jason Clarke) o el mayor González (Antonhy Ramos), logran impregnar el suspenso y la transformación de lo rutinario a lo caótico de manera evidente. Luego la narración apuntará hacia Baerington (Gabriel Basso), un asesor de seguridad nacional que debe negociar con los rusos ante la incertidumbre de la procedencia del misil. Por último, hace su aparición “Potus” -a.k.a nada más ni nada menos que el Presidente de Estados Unidos- (Idris Elba) con la exigencia de las medidas a tomar a partir del incidente.
Las tres partes no están aisladas, sino que los diálogos y situaciones se reviven y superponen; sirviendo como piezas para armar todo el mapa problematizador del asunto. Lo mismo sucede con personajes que parecen transversales a dicha división, ya sea el general Brady (Tracy Letts) o el secretario de defensa Baker (Jared Harris), con mínimos desarrollos para enriquecer la trama. Para dicho collage, Bigelow apuntó a mucho uso de cámara en mano y primerísimos primeros planos y planos detalle, por momentos registrando las vivencias en clave documental, donde lo estático no es una opción, sumándose la música de suspenso clave por parte de Volker Bertelmann.
Algunos puntos conflictivos que podemos encontrar en el largometraje se debe a que, tal como logra sobresalir, aquella división capitular y el elenco coral hace el visionado un tanto embarullado y dispar: como ejemplo podemos pensar que todo lo interesante que es la construcción tensional en el relato apuntado a la actriz sueca, resulta un tanto redundante en el personaje de Basso –más allá del buen pasaje de su conversación telefónica con los rusos- o la aparición tardía de Elba. Se entiende que cada parte logran hacer un conjunto, pero puede resultar un tanto redundante para su cierre, más allá de su no muy extensa duración de apenas ciento doce minutos.
La aclamada directora volvió y se manejó en un terreno más que conocido para ella. Sin llegar a la altura de sus trabajos anteriores, la tensión logra traspasar la pantalla y despertar interés en aquellos fanáticos del thriller político, a través de un registro que parece más documentado que aleccionador.
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