Seguime para esta gran historia, Chango
La nueva propuesta nacional de Netflix sigue las coberturas periodísticas de José de Zer en los cerros cordobeses investigando sobre presencia extraterrestre, marcando un hito en la televisión nacional.
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Por Ignacio Pedraza
En 2015, Luis Ortega creaba para la pantalla chica Historias de un clan. Si bien retrataba sobre los secuestros de la familia Puccio, el realizador lograba darle una impronta distinta, que se basaba en lo abstracto y no regía sobre las reglas típicas basadas en hechos reales; una historia atrapante atrás y dándole un sello particular si se la comparaba con el largometraje más tradicional de la misma temática como es El clan (2015).
En El hombre que amaba los platos voladores (2024), la nueva propuesta de Netflix que sigue el periplo de José de Zer en tierras cordobesas, el director Diego Lerman presenta la historia desde la perspectiva del agasajado y, aún más principal, con el tono propicio en base a él. Es decir, el largometraje se inspira en su figura para adentrarse en una trama que se refuerza en los hechos que le dieron un nombre aún más rutilante al periodista en la televisión argentina y no necesariamente para recurrir a la típica biopic.
La trama se sitúa meses antes de la incursión del personaje interpretado por Leonardo Sbaraglia en las notas paranormales, y cómo su presente como notero de espectáculos no lo tenía satisfecho. El guion de Lerman y Adrián Biniez parte desde las causas en las que José explora por esos rumbos para que luego se sitúe directamente en el fenómeno que ocasionó.
Más allá de que se posa cómodamente en la comedia, el largometraje también cuenta con un componente dramático que permite complejizar en la medida justa sobre la figura, sin poner en valores de juicio su labor y apenas sobre algunos mínimos aspectos personales del periodista –la relación con su hija (Renata Lerman) nunca es explotada-. Asimismo, es interesante pensar cómo la innovación la cobertura de de Zer respecto a los platos voladores puede relacionarse con la idea de hoy respecto a las fake news y el sensacionalismo de la televisión; aunque también desde un espectro más inocente y sentido del periodista, que respondía a intereses del show y no tanto de índole mercantilista.
Para enriquecer este panorama que se sitúa desde el personaje principal, los aspectos técnicos cuentan con una fuerza especial: hay un uso continuo en el lente ojo de pez y una difusión de colores en la fotografía de Wojciech Staron que permiten adentrarnos en las lógicas paranormales que le dan sentido a lo expuesto por él. A la buena recreación de época –situándose aún en la endeble democracia argentina, también entendiendo la necesidad de noticias por fuera de la grisácea coyuntura política- se suma la contemporánea musicalización de José Villalobos, con temas que van desde Sumo y Charly García hasta Pimpinela y Alberto Cortéz.
La cuestión de creencia y de inspirarse en hechos también se tiene en cuenta a la hora de las libertades creativas de la dupla de escritores para llevar adelante el proyecto: apenas algunos nombres mantienen la veracidad de los hechos, como el aliado Chango (Sergio Prina), pero otros actores o instituciones inmersos son solo referencias y similitudes; ya que acá no hay Nuevediario ni alguna que otra number one de las vedettes –rápidamente visualizamos a quién se refieren con la “Mónica” de Mónica Ayos-.
Con un gran trabajo de Sbaraglia para darle su impronta al carismático periodista sin caer en una mera caricaturización pero manteniendo rasgos que lo asemejan, la propuesta de la «N roja» indudablemente comprará a aquellos que, tal cual a las notas que José Bernando Kerzer –su nombre real- realizaba en el Cerro Uritorco, estén dispuestos a entrar al código fabulador con una impronta que logra resaltar y que se aleja de los parámetros normales, de la misma manera que el protagonista innovó en el noticiero por la década del 80.