Una despedida justa de calidad, injusta de pantalla
Justin Kemp debe notificarse como jurado para el caso de asesinato a Kendall Carter. Con el correr de las jornadas, el joven se dará cuenta que está más cerca del asunto de lo que debería.
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Por Ignacio Pedraza
La balanza de la justicia no se inclinó a favor de Clint Eastwood: su último trabajo, Jurado n°2 (Juror #2, 2024), no llegó a la pantalla grande y ya la tenemos entre nosotros en la plataforma de Max. Que el artista hable de la verdad y la justicia en el cierre de su carrera en la silla de dirección no deja de ser un guiño para debatir sobre ello.
En lo estrictamente argumental, dicho dilema se ve a través de Justin Kemp (Nicholas Hoult), quien fue seleccionado para formar parte del juicio sobre el asesinato de Kendall (Francesca Eastwood) y que tiene a su pareja James (Gabriel Basso) como acusado. Más allá de que el sistema impone jurado que pueda ofrecer objetividad, el joven Kemp es un actor bien cercano al caso.
El largometraje de Eastwood, con guion de Jonathan Abrams, se refuerza en el drama judicial para seguir el caso en la instancia de litigio abarcando las diferentes partes que la componen: tanto desde la defensa (el Eric de Chris Messina se posiciona en esa situación), la fiscalía (Faith de Toni Collette con alguna que otra aspiración política) como el jurado, donde es inevitable la remembranza al icónico 12 hombres en pugna (12 Angry Men, 1957).
A diferencia de la obra de Sidney Lumet, el rol debatible está apuntado en Kemp y cómo se relaciona con el caso, donde a través de flashbacks –ya sea del protagonista como de las múltiples figuras que toman declaración- podemos visualizar el hecho y las diferentes perspectivas, en una escalonada de suspenso que parece atrapar al personaje de Hoult, que involucra a su esposa Ally (Zoey Deutch), con un embarazo de riesgo para darle mayor dramatismo aún.
Tanto el rol de Deutch, como la primera imagen dichosa de Justin –que contrasta con su turbulento pasado que genera conmoción- y la investigación reivindicadora del personaje de Collette, quien podría codearse con Frank Galvin de Paul Newman o el más reciente Rob Bilott de Mark Ruffalo, le dan una ente más amplio y crudo al film para no caer solamente en el sub-género judicial y que lo intimista también se haga presente.
Siendo uno de los actores más destacados de su generación y de una versatilidad admirable, Hoult logra de gran manera ponerse el saco que ofrece una polarización notoria en el recorrido al que está sujeto su personaje. Asimismo, su interpretación se fortalece en la musicalización de Mark Mancina para crear ambientes propicios y la interacción con los diferentes personajes que son funcionales –en los vínculos con Marcus (Cedric Yabruogh) y Harold (J.K. Simmons) se observa el mejor homenaje al largometraje de la década del 50- y genera una experiencia envolvente.
Eastwood se despide así con una obra a la altura de lo que fue su filmografía, con un final espectacular, que permite el debate sobre la verdad, la justicia –esta se ve beneficiada con la grandilocuente puesta en escena de Yves Belanger– y su interrelación –algo de lo que también ofrece en otro código, por ejemplo, Ben Affleck en Desapareció una noche (Gone Baby Gone, 2007)- y también, nuevamente, lamentar que no se haya podido disfrutar en el cine.
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