No es redición, es redención
Tras el estreno de su último trabajo Los que se quedan, el reconocido director nominado en dos ocasiones a los Premios Oscar vuelve a demostrar su capacidad para el retrato de los infiernos internos y la socialización del individuo en tiempos de crisis personales.
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Por Ignacio Pedraza
Es inevitable pensar que, en la filmografía del gran Alexander Payne, lo que se destacan y que le interesa retratar son las historias intimistas: personas rotas, dubitativas, ambiciosas, melancólicas o nostálgicas, o en etapa de duelo. Sus causas, o mismas consecuencias, son por donde abunda la riqueza del relato del director, y aún más cuando dichos protagonistas se ponen en interacción con personajes de extremas proporciones, ya sea afín o contrario, a uno.
Si a esto le sumamos el tono en su narrativa, donde logra congeniar armoniosamente y sin ningún tipo de exageración entre la comedia y el drama –donde si bien el segundo es principalmente el motor de los proyectos, los retazos de la primera le dan otro color al mismo- nos encontramos ante obras que logran interpelar casi naturalmente.
Si uno pusiera a varios de los protagonistas de sus trabajos en una misma mesa, sería de las cenas más tristes de la vida; con Miles de Entre copas (Sideways, 2004) con el profesor Hunham de Los que se quedan (The Holdovers, 2023) –ambos interpretados por Paul Giamatti– y el Matt King de George Clooney en Los Descendientes (The Descendents, 2011) las frustraciones florecerían y el ambiente se llenaría de escepticismo. No obstante, está claro que el retrato no solo se basa en una mera caracterización sino en las transformaciones a partir de ese hundimiento anímico.
A pesar de eso, el retrato no está individualizado en el metraje, sino que convive con figuras similares o diametralmente opuestas. En su último trabajo podemos observar como congenian los tres protagonistas en el dolor y duelo –de diferentes maneras- y a partir de dicho contexto –mediada por la época navideña- nace una relación especial; a diferencia del largometraje del 2004, por ejemplo, donde los dos protagonistas–el melancólico Miles junto al esperanzador Jack de Thomas Haden Church– contrastan en sus visiones durante ese viaje que cuenta con disímiles intereses. Esos valores o, mejor dicho, la forma de consagrarse con el objetivo se desarrolla también entre la Tracy de Reese Witherspoon y los otros candidatos a presidente estudiantil de La elección (Election, 1999), aunque este último caso también puede visionarse de manera más grandilocuente al convertirse con el tiempo en una sátira al sistema eleccionario.
Las mutaciones en los personajes también son moneda corriente para el realizador. Desde la previa uno intuye que el profesor de la academia Barton sufrirá alteraciones cuando entre en contacto con los habitantes invernales de la casa de estudio, o que en Nebraska (2017) el viaje no afectará a sus diversos personajes. Esto no implica que, en sus formas, los filmes se apoyen en lo previsible y mucho menos en el feed good movie, ya que después de cada visionado se permite problematizar y dejar varias sensaciones sobre las situaciones retratadas. El simplemente “pasar un buen momento” y a otra cosa, con estas películas no parece alcanzar.
Aunque cuenta con algunos relatos más amplios como pueden ser al sufragio como el que dirigió a fines de siglo pasado o al sistema capitalista y el consumismo –entiéndase su obra Pequeña gran vida (Downsizing, 2017)-, no quedan dudas que la riqueza de los trabajos de Payne es retratar, con buen gusto y sin perder la comicidad para ciertos momentos, a las miserias humanas y la posibilidad de redención con relatos que no caen en el golpe bajo, más allá de que como un buen boxeador va amagando con su puño de apuntar a la zona baja del torso, por lo que cada nuevo proyecto no deja de ser una experiencia ante la pantalla sobre el ser.
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