Una vuelta por el submundo del fútbol
La hinchada de Club Atlético Libertad del Puerto se encuentra manejada por El tío, pero los poderes pueden cambiar y las ambiciones emerger, mientras los hermanos Urrutia intentan sobrellevar situaciones organizacionales y familiares.
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Por Ignacio Pedraza
La voz en off de El “oveja” (Miguel Ángel Rodríguez) explica el funcionamiento del Club Atlético Libertad del Puerto, que busca el ascenso en el fútbol argentino a través de sus jugadores, dirigentes y, quizá su pata más importante, la barra brava. También nos enseña sobre el funcionamiento sobre el grupo liderado por El “tío” (Gustavo Garzón) que, si bien se encarga de que todas las partes estén satisfechas, dentro del colectivo la cuestión del poder está en discusión y pueden poner en jaque lo establecido.
No es ninguna novedad la temática fútbol y barras en las producciones nacionales, pasando por la marginalidad, corrupción y violencia extrema, y parece que Barrabrava (2023), el proyecto creado por Jesús Braceras para Amazon Prime Video, es un ejemplo más. Sin embargo, algunas virtudes logran destacarse en la serie que logran su recomendación.
Más allá de que la trama se sitúa y aprovecha de aquellos tópicos tratados anteriormente –Puerta 7 (2020) como último caso-, hay una lectura interesante a la hora de afrontar el proyecto que pasa por el terreno del drama y de la historia de dos hermanos, conformados por Adrián (Matías Mayer) y César (Gastón Pauls) que se manejan dentro de la organización pero que su relación y arcos argumentales son de lo más digno de la obra.
Sí, el poder está en jaque y las internas explotan en base al poder económico, social y político que se puede tener a través del club. Facciones divididas y todos a las manos –y de armas tomar-. Pero la cuestión futbolística u organizacional –que obviamente rodea las lógicas mafiosas- es transversal a lo que sucede entre los dos hermanos, que parecen formados de manera estereotipada –la típica dupla formada por la experiencia pensante y la juventud desenfrenada- pero que sufren modificaciones a lo largo de los ocho episodios que enriquecen a los personajes y les permite dar mayores matices. Obviando diferencias notorias, es interesante pensar la producción como sucedió con El peleador (The Fighter, 2010) donde la relación entre los hermanos Ward eran el corazón del trabajo más allá de las vertientes deportivas.
Cabe destacar que la trama cambia de foco continuamente y va desde exiliarse del club de sus amores a planear conquistar diferentes territorios como si fueran los Siete Reinos, hasta pasar por la propia supervivencia hacen un berenjenal de situaciones en un ritmo dinámico; sin olvidar vertientes familiares como la irrupción de Ximena (Violeta Narvay) y hasta una –increíble-semejanza a ¿Qué pasó ayer? (The Hangover, 2009) que poco tenía que ver con el asunto, aunque todo suma.
Fuera de eso, el espíritu de los Urrutia es su rasgo diferencial a lo visto anteriormente, reforzado por la gran interpretación de Mayer y Pauls. En este mismo sentido, sobresale que los personajes –quizá algunos secundarios pueden contradecir esto- no caen en personificaciones burdas o rasgos resaltados para resaltar o generar simpatía. Acá nadie terminará la serie y se disfrazará con el pelo teñido de rubio y una dentadura un tanto imperfecta como referencia.
El rasgo dramático de la serie resulta más provechoso que la acción o el thriller –que no cuenta con secuencias destacadas aunque no fallan- y se impone sobre subtramas que resultan olvidables. Más allá de eso, sus correctas interpretaciones donde sobresalen la labor de sus protagonistas, de la joven Narvay, Rodríguez –interesante en su rol alejado de la comedia- y de Mónica Gonzaga, junto a sus atributos técnicos –algunos lapsos en escenas junto a su musicalización permiten alejarse del grisáceo contexto- la caracterizan a Barrabrava como un correcto proyecto.
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