En nombre del padre, del hijo y de la Hermandad
Diez mil años antes del nacimiento de Paul Atreides, la miniserie retrata el ascenso al poder de la Hermandad Bene Gesserit y su relación con el Imperio, donde los secretos e intereses entrecruzados no se harán esperar.
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Por Ignacio Pedraza
Una serie situada diez mil años antes de la saga. La historia de origen que podría ser innecesario o, por lo menos, sobrecargada informativamente. Tal vez, varios puntos de Duna: La profecía (Dune: Prophecy, 2024) nos hacía dudar del nuevo proyecto de HBO, en tiempos donde los spin-offs abundan y las ideas creativas no.
Ambientada en las páginas creadas de Frank Herbert y posteriormente de su hijo Brian y Kevin J. Anderson –estos dos últimos continuaron con la saga- y como precuela a lo realizado por Denis Villeneuve en los dos largometrajes, la showrunner Diane Ademu-John aborda un grupo de la franquicia que siempre tuvo el velo misterioso y fuerte componente teológico: la Hermandad Bene Gesserit.
Puntualizando en las hermanas Valya (Emily Watson) y Tula Harkonnen (Olivia Williams), la miniserie de seis episodios permite vislumbrar el origen del grupo y su poderío en el Imperio, sus intereses y los propios conflictos internos.
En este sentido, resulta interesante interiorizarse en una cuestión un tanto misteriosa en la obra de Herbert: la Voz, la Agonía y la institucionalización del colectivo, con una muy interesante lectura para repensar respecto a religión y el rol de la mujer, son temáticas que se abordan con mayor énfasis en la serie, y que nos da más conocimientos de cuestiones casi naturalizadas en los largometrajes gracias a, por ejemplo, los personajes de Rebecca Ferguson o Charlotte Rampling.
Las dos protagonistas de ninguna manera son ejemplos heroicos –bienvenido sea, en épocas donde todo facineroso tiene un lavado de cara- y el relato de Ademu-John –quien dirige junto a Anna Foerster, John Cameron y Richard J. Lewis– narra las causas y propósitos de sus acciones con una temática que, si bien cumple en la construcción que realizó Villeneuve y se combina de buena manera, podría haber jugueteado de mayor manera con el terror para ambientarse en las lógicas perversas, enigmáticas y voraces de fraternidades.
Por otra parte, algo distinto sucede con la parte más “política” de la producción: pese a que queda claro la implicancia de la Hermandad en cuestiones del poder, toda la trama relacionada con el emperador Javicco (Mark Strong) y principalmente su hija Ynez (Sarah-Sofie Boussnina) puede pecar de un tanto predecible o reiterativo con antecedentes similares –más si tomamos en cuenta que uno de los caballos fuertes de la empresa es la mítica Game of Thrones-. Sin embargo, algunas vueltas de tuerca sobre el cierre, y con la irrupción de Desmond Hart (Travis Fimmel), despiertan interés y tiene magnetismo, coordinando gratamente con el núcleo central.
En un nivel más bajo de epicidad respecto a lo visto en la pantalla grande, la musicalización de Volker Bertelmann, junto a la fotografía de Pierre Gill, Richie Donnelly y Nikolaus Summerer –este segundo atributo tiene la capacidad de retratar nuevos espacios, y no caer necesariamente en la comparación- se encuentran inmersos en las lógicas de Hans Zimmer y Greig Fraiser, respectivamente, y podemos advertir la misma línea de manera clara.
Insertada directamente en la ciencia ficción y con el público amante del género y de la saga como el más beneficiado –además de un consumo que no es habitual en tiempos de algoritmo-, Duna: La profecía justifica su creación como spin-off de algo más grande, con el equilibrio justo de enriquecer la franquicia y despertar propio interés, que parece más cercano a lo que vimos este año con El Pingüino que–por ahora, e irónicamente- a House of the Dragon.