27 de abril de 2024

Una de aventuras, pero no una más

En la Tierra Media, un amplio grupo diverso debe destruir el Anillo Único en Mordor. Tan simple como suena la premisa, el recorrido estará repleto de traiciones, ambiciones, guerras y cuestiones políticas que posicionan a la obra de Tolkien entre las más grandes aventuras épicas.


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Por Ignacio Pedraza

En la década del 20, los grandes estudios irrumpieron Hollywood para construirlo como la meca del entretenimiento y del espectáculo como lo conocemos –y tanto en discusión está- hoy en día. Por ello, y utilizando la huelga de actores que posponen en el calendario el estreno de grandes tanques, como Disney aprovechó el aniversario centenario para el reestreno de algunas de sus grandes producciones en la pantalla grande, Warner Bros. hizo lo propio ante el reestreno en los cines de la trilogía de El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings, 2001).

¿Quién podría esperar que tras el camino de aquel benévolo señor a través de la colorida comarca junto a la simpática musicalización de Howard Shore nos encontráramos con una de las aventuras más épicas del género? ¿O que la irrupción del inocente hobbit Frodo (Elijah Wood) y su séquito fiel comunitario representara a uno de los héroes más valientes de la historia? Bueno, la pluma de J.R.R. Tolkien bajo la adaptación de Peter Jackson reflejan ese nivel de sorpresa y efectividad en igual medida.

Pero el acaecimiento no es lineal en dicha historia como un grupo que va del punto A al B sin mayores complicaciones, donde las diferentes –coloridas, diversas- comunidades se pondrán en discusión, representarán y cruzarán intereses en base a la destrucción del anillo único, peligroso y tentador por igual, ante un enemigo tan abstracto que asusta desde su propia desdibujada e incorpórea forma, que sigue invadiendo paso a paso la Tierra Media pero que a la vez Saurón podría ser representado en nuestro mundo.

Los personajes se encontrarán ante sucesos culmines, pérdidas y atracciones de dudosa moralidad durante el trayecto y hasta el propio climax para nunca establecer al espectador en un terreno reconocido; recorrido que sufre embates y diversos senderos que ponen el foco en diferentes posiciones a lo largo y ancho de tierras apolíneas, con la creación de un universo tan particular por el que fue elogiado el autor sudafricano, bajo una adaptación certera que solo varía respecto a las páginas en el encuadre de cada una de sus partes.


El arribo de la trilogía –compuesta por La comunidad del anillo (The Fellowship of the Ring, 2001), Las dos torres (The Two Towers, 2002) y El retorno del rey (The Return of the King, 2003)- también se resignifica en el presente por el nivel de narrativa y cualidades que aporta en la comparación con el género hoy en día, tomando en cuenta los múltiples de proyectos que se planifican y quedan por la mitad, de la necesidad de contar con guiños para relacionarse entre sí o el humor como componente primordial sobre la acción, donde los personajes no cuentan con mayores características propias más allá de que parecen haber compartido el curso de stand up. Y ni hablar –aún más expuestos en comparación con una obra de hace veinte años- el nivel de los efectos especiales.

La propuesta llevada a las salas –con una parte de la trilogía proyectada por día durante esta semana- nos permitirá disfrutar en su esplendor de varias cuestiones que generaron fanatismo ante una historia tan amplia y épica como de los mejores recuerdos a las grandes franquicias que tenían algo que contar, con justificativo para abordar diversas aristas y no con la sensación de conveniencia.


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