Mantiene una velocidad constante
La posibilidad de pasar de la consola a los autos está latente para el joven Jann, quien logra destacarse en el juego Gran Turismo y que ahora tiene la gran chance de representar al equipo Nissan en el campeonato europeo. La propuesta del equipo de marketing de la empresa japonesa fue una realidad, y el director sudafricano lo proyecta.
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Por Ignacio Pedraza
Decir que esta o tal película es toda una experiencia puede resultar banal. ¿Qué no lo es? Desde los géneros más intimistas puede generarse eso, y ya de por sí cualquier producción que interpele puede ocasionarlo, ya sea desde los sentimientos más alegres como el odio más acérrimo hacia lo que estamos viendo en pantalla; por lo que dicho sustantivo queda a un lado. Pero sí podemos adjetivar a dicha vivencia cuando tenemos en pantalla Gran Turismo: de corredor a jugador (2023), la nueva película de Neil Blomkamp, homónima al famoso videojuego de PlayStation pero que se basa en las vivencias de Jann Mardenborough.
El joven Mardenborough (Archie Madewke) es un corredor de autos destacadísimo; pero desde el simulador. Con pocos tomándoselo en serio, al protagonista le caerá una propuesta del cielo a través de una movida de marketing que pocas veces se vio: un campamento para los mejores del juego donde el mejor se convertirá en un corredor de la empresa Nissan; todo craneado por el ejecutivo Danny Moore (Orlando Bloom).
La apuesta de la fábrica nipona fue realmente llamativa, y trasladarlo a la gran pantalla no podía hacerse esperar. Tomando en cuenta el inédito suceso, el director sudafricano –junto al guion de Jason Hall y Zach Baylin– logra salir de la típica ecuación a la hora de adaptar el videojuego con una vertiente interesante, que costaría asimilar si no fuera veraz, como fue lo de Mardenborough. A lo largo de las más de dos horas de duración hay guiños a la franquicia, desde algunas secuencias de carreras hasta la típica musicalización del semáforo a punto de iniciar.
Cabe destacar que no hay ningún rasgo disruptivo en el género, y el cliché que puede correr en estos casos abunda. Lo extraño sucede que tras un primer acto que parece que encontraremos la trama más genérica posible, con posturas y acciones lineales y bien remarcadas –un Djimon Hounsou cumpliendo con todos los casilleros de padre desengañado y un protagonista incomprendido-, a partir de la llegada de Jann al entrenamiento la historia, que no intenta salir de su zona de confort, ofrece una narrativa mucho más dinámica, atrapante y que explota los recursos que –quizá- uno desea al entrar a la sala.
Si bien los recursos técnicos ejemplifican este caso, todos estos atributos pueden solidificarse en un personaje: Jack Salter (David Harbour) es el alma de la misma, con un intérprete que se aleja del histrionismo típico y logra darle profundidad a su personaje con varias capas que lo hacen de lo más interesante del film, casi llegando a eclipsar al propio protagonista, alejándose del típico rol acompañante y volviéndose pieza clave.
A esto se suman las secuencias de carreras que están a la altura sin ser inolvidables –más allá del correcto registro de LeMans, no llega a la altura de Contra lo imposible (Ford Vs. Ferrari, 2019) ni del histórico homónimo largometraje de Steve McQueen– y de una interesante musicalización de Lorne Balfe que abandera el funcional Kenny G, que contrastan con un guion llano.
Por último, no se observa un papel propagandístico tan burdo y es bien llevado más allá de los guiños constantes, tal como vimos este año con el trabajo de Ben Affleck en Air (2023). Gran Turismo se disfrutará muchísimo más para aquellos que accedan a la pantalla grande, cumpliendo con las expectativas para los fans del género a pesar de que no quedará en el recuerdo eternamente.
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