24 de abril de 2024

Idílico y problemático amor adolescente

Licorice Pizza es la más reciente película del director Paul Thomas Anderson, enfocada en la juventud, las experiencias y amores forjando nuestra personalidad, con sus idas, venidas y vueltas.


Por Matías Rodríguez Picasso

Una chica de 25 años, un chico de apenas 15. Él haciendo una fila, ella fuera de esta y contra la corriente. Retrocediendo a través de la misma, mientras ofrece dos elementos, un peine y un espejo. Nadie la ve, nadie la registra y hasta se la llevan por delante. A ella tampoco le interesa que la vean, y a su vez ella tampoco registra muy bien lo que sucede a su alrededor, hasta que alguien la llama. Recula la mirada, y ahí está él. Gary y Alana hacen contacto visual por primera vez, y en ese momento cuando ella le ofrece el espejo comienzan a descubrirse el uno en el otro. Este es acaso el paso primero de los cientos que vendrán, pero que configura la importancia que tendrán cada uno en la vida del otro, y la dinámica de idas y vueltas que tendrá su relación.

En esos primeros cinco minutos Paul Thomas Anderson nos enseña todas las cartas y la verdadera barrera que existe entre estos dos, la etaria. La película es sumamente consciente de esto, y sus protagonistas también lo son en todo momento. Por eso me parece ridículo que sea unos de los puntos más criticados y polemizados alrededor del film, y por el que cierto sector progresista amante y servil de la cancelación lo haya atacado.

Este primer encuentro finaliza de forma totalmente abierta, como todo el compendio de situaciones que suceden a lo largo de la película-otra cosa que PTA ya nos desnuda de buenas a primeras- con Alana (Alana Haim) avasallada por la actitud de Gary (Cooper Hoffman), con una propuesta a cenar y con una sonrisa que evidencia que algo se despertó en ella.

La segunda vez que estos se ven funciona como una continuación directa de ese primer encuentro ya desmenuzado. Todavía están intentando descifrarse; Alana comienza a darse cuenta de que está frente a un hombre de 15 años, plagado de responsabilidades que no se coinciden con su edad -tal vez Gary debió tomar esta posición por la evidente falta de una figura paterna que desconocemos y que ya es un tópico recurrente en la filmografía de Anderson– pero que a su vez tampoco dejo de ser un niño. También nos desnuda la situación de Alana, que ya había sido esbozada en la primera escena donde la vemos sin rumbo, yendo en contra de todos hacia atrás. Ella no sabe qué hacer con su vida y esta notablemente desmotivada por este hecho, pero encontrar a Gary hará que las cosas cambien.

No es casual a los tiempos que corren esta mirada de Paul Thomas Anderson de que para encontrarnos debemos mirar hacia atrás, es decir, debemos retroceder. Spielberg ya nos lo evidenció en Ready Player One y en West Side Story; Tarantino hizo su parte con Once Upon a Time in Hollywood; Scorsese con The Irishman; y hasta James Mangold con la enorme Ford v Ferrari, por citar algunos ejemplos. Es evidente que existe una preocupación común que atraviesa a estos realizadores y que se ajusta a una actualidad que promueve el consumo rápido y descartable, donde siempre se avanza, pero donde nada queda. Anderson hace más explícita esta idea de ir hacia atrás para avanzar en la secuencia con Jon Peters, personificado por un divertidísimo Bradley Copper, donde nuestros protagonistas escapan en un camión marcha atrás comandado justamente por Alana.

Este segundo encuentro finaliza con Gary pidiéndole el número de teléfono a ella. La conexión empieza a materializarse, pero ella rápidamente se encarga de limitarla cuando explícitamente le dice que no son nada y que no la llame todo el tiempo.

Luego los vemos en un avión yendo hacia Nueva York. Por lo que podemos decir que su vínculo despego y ya no es más un puro ritual de conquista y descubrimiento mutuo. Esto queda muy bien evidenciado por la canción “Stumblin In” que suena de fondo y que su primera frase dice “Our love is alive, and so we begin”. Esto recién comienza, ya lo dice la canción, y los sentimientos todavía no son claros, ni están bien asentados, más que nada por parte de Alana que todavía se auto percibe solo como su acompañante desde un rol hasta podría decirse maternal. Esta termina saliendo con uno de los compañeros de Gary, cosa que termina generando un distanciamiento entre ellos.

A partir de esto tenemos una elipsis de no sabemos cuánto tiempo. Este es uno de los puntos más interesantes del film, que se repite posteriormente y que evidencia el fenomenal manejo del fuera de campo de Paul Thomas Anderson. Nunca tenemos una mención específica de los tiempos que corren y transcurren en la película, y solo nos guiamos por ciertos eventos relevantes de la época que se nos muestran en pantalla. Aquí volvemos a esta preocupación de Anderson por esta actualidad donde predomina lo fugaz, y por la cual también se toma todo el tiempo necesario en materializar a la pareja protagonista, en evidente contraposición a este mundo de relaciones rápidas y sin compromiso alguno.

Observamos a Gary en una feria de adolescentes iniciando su negocio de camas de agua, allí se encontrará nuevamente con Alana. De un momento a otro este es apresado y llevado hacia una comisaría. Ella lo defiende y corre detrás de el hasta llegar al recinto. Esta secuencia finaliza con Gary liberado, ya que se trato de un mero malentendido, y con nuestros protagonistas volviéndose a hallar. Fundiéndose en un abrazo que observamos a través del reflejo de un vidrio, que funciona como el espejo de su primer encuentro. Luego se miran y ambos comienza a correr sin rumbo aparente, pero juntos. Aquí Gary se da cuenta de que Alana siente algo por él y que fue la única que corrió hasta allí para salvarlo.

Esta dinámica se repetirá a la inversa en la resolución de la secuencia estelarizada por un soberbio Sean Penn. Su personaje, Jack Holden, sintetiza el fiel estereotipo de actor estrella del Hollywood clásico que en los 70 es un resabio de un tiempo pasado que no encuentra su lugar. La comparación con Once Upon a Time in Hollywood es inevitable, ya que Holden podría verse como una conjunción perfecta de Rick Dalton y Cliff Both. Aquí, Gary es el que corre para salvar a Alana, luego de que ella se caiga de la moto de Holden, y al igual que en la secuencia anterior no necesitan decirse nada para subsanar sus conflictos y volver a encontrarse. El poder de la mirada del uno en el otro resuelve todo, porque allí es donde se encuentran a ellos mismos.
Ella corrió hacia él. El corrió hacia ella, y el desenlace de esta historia los tendrá ambos corriendo para poder, por fin, materializar este amor. La unión se da justo en la puerta de un cine, visto este como un espacio donde los sueños se cumplen y la realidad es más amena, y se da de una forma que evita cualquier tipo de cliché, con un beso trunco que termina en una caída.

Licorice Pizza, en definitiva, es eso, una película que nos viene a recordar que el cine nos puede hacer la vida un poco menos complicada, que está ahí para nosotros siempre que lo necesitemos y que gracias a el todo puede ser posible. Además, es una oda al amor verdadero, que no es para lineal, que está plagado de contradicciones y momentos malos, pero que al final si es realmente sincero a uno lo encuentra.

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