6 de mayo de 2024

La desopilante balada de un falso vaquero

Un pequeño pueblo perdido entre montañas, paralizado tras el cierre de una mina, recibe la llegada de un forastero, quien ofrece una importante paga a cambio de un trabajo muy especial: matar al propietario de la mina.


Si te gusta lo que hacemos, podés colaborar con tu aporte.

Invitame un café en cafecito.app

Por Ignacio Rapari

La dupla conformada por Andrés Tambornino y Alejandro Gruz (¿Qué puede pasar?) dirigió una película atípica por varios motivos. Desde el género (es difícil ver westerns argentinos que apuesten a semejante despliegue), la notable interpretación y caracterización de su protagonista (un Osvaldo Laport en un registro único) y la creación de un universo tan impredecible como inquietante y delirante.

Almeida (Laport) es el antihéroe típico de todo western crepuscular. En este caso, se trata de un hombre que abandonó su pasado y vive entre la carencia y el patetismo en un pequeño pueblo perdido entre las montañas, paralizado tras el cierre de la mina que le daba vida y de la que es dueño El Ingeniero (Diego Velázquez). Como en muchos grandes westerns, el conflicto se dispara con la llegada de un forastero al pueblo, Simón (Oliver Kolker), que en este caso llega con un «trabajo» no apto para cualquiera: matar a El Ingeniero. Una oportunidad que no solo ofrece la posibilidad de cobrar el encargo. En realidad, lo más importante es que Simón quiere adquirir el espacio de la mina para convertirlo en un nuevo emprendimiento que promete devolverle al pueblo la vida que perdió. Pero para eso, la eliminación de El Ingeniero es primordial. Y aunque el trabajo recaiga en el protagonista, varias situaciones impredecibles harán que no se trate de una tarea tan sencilla.


El guion de Tamborbino y Gabriel Medina no apuesta a que el conflicto se desarrolle dentro de los parámetros más convencionales del género. Por el contrario, tiene la mirada puesta en trabajar sobre la idea de una ciudad que afronta su inminente desaparición (aunque la obra no apuesta a un tiempo determinado podría suponerse en un momento que todo sucede años antes de lo que significaría el final definitivo de estos pueblos con la privatización de los trenes en el gobierno de Carlos Menem) y romperá cualquier línea que considere necesaria para evitarlo.

Hombre muerto alterna entre la introspección y un humor que inevitablemente remite a los hermanos Coen, aunque afortunadamente lo hace en sus mejores facetas (la escena de la misa a cargo del gran Roly Serrano es desopilante). En ese sentido, la película abraza el ridículo en varias oportunidades -quizás hasta con cierto abuso- pero nunca deja de ser un notable exponente del famoso pueblo chico infierno grande que hasta sorprende en varias oportunidades.

Más allá de también contar con una notable factura técnica y locaciones increíblemente poco aprovechadas en el pasado (la película fue filmada en La Rioja), Hombre muerto es un gran hallazgo en el cine argentino, que poco ha transitado en el último tiempo por estos lugares (quizás el caso más significativo sea Rojo, de Benjamín Naishtat) pero cuando lo hace, ratifica las inmensas posibilidades que ofrece el género en el país.


Si te gusta lo que hacemos, podés colaborar con tu aporte.

Invitame un café en cafecito.app

About Author

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial