6 de mayo de 2024

Revolución a punto de implosionar

Previo a la Revolución Francesa, Joseph Bologne supo codearse con la clase alta y logró un nombre irruptivo en la sociedad europea, destacándose por sus atributos con la espada y el violín.


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Por Ignacio Pedraza

Para los fanáticos de las historias de época, tanto en cuestiones narrativas como técnicas, la propuesta de Chevalier: pasión y libertad (2023) parecía interesante para disfrutar en las grandes salas. Sin embargo, las fechas se fueron corriendo hasta que el proyecto del director Stephen Williams terminó llegando a la pantalla chica, más precisamente a Star+.

El nombre de Joseph Bologne (Kelvin Harrison Jr.) no necesariamente se exhibe con grandilocuencia entre las principales páginas de la historia, pero su origen y reconocimiento es digno de adaptación. Más allá de lo que uno puede esperar con respecto a la historia racial –la discriminación a flor de piel en un contexto determinado no es una temática novedosa en las producciones audiovisuales-, los logros del protagonista son realmente sorprendentes por toda la adversidad sufrida.

Desde su coronación como caballero bajo el nombre de Chevalier de Saint-Georges debido a sus grandes dotes en la esgrima, el film se define con un encuadre especial sobre la figura histórica, donde todo el costado bélico queda a un lado junto a una vertiente revolucionaria que no llega a desarrollarse, sino que retrata los años anteriores a ellos. Es decir, si el drama despierta el interés sobre el nacido en Guadalupe debe seguir recurriendo a los libros de la historia.


Claro que no responde a la típica biopic, y la decisión de Williams –junto al guion de Stefani Robinson– decide remarcar algunos pasajes de la vida de Bologne, que queda evidenciada desde la primera escena donde irrumpe en el escenario de un tal Wolfgang Amadeus Mozart para demostrar todas sus cualidades con el instrumento de cuerda y dejar en ridículo al propio austríaco. El largometraje apunta directamente a la cuestión musical donde su mayor deseo era convertirse en el director de la Ópera de París, contextualizada en los rasgos discriminatorios de la monarquía francesa que supo sobrellevar.

Sin embargo, la coyuntura previa a 1789 tiene un componente especial en la película, que inevitablemente cuenta con ingredientes especiales para darle forma a las causas narradas sobre el protagonista. Quizá, fuera del espectro melódico, son interacciones entre el propio Chevalier y María Antonieta (Lucy Boynton) y sus idas y vueltas teniendo en cuenta los lugares de cada uno dentro de la sociedad. Si bien dicho aspecto político no intenta ser el predominante, hay una buena caracterización que describe dicho contexto. Caso contrario sucede con el resto de los personajes, quienes ninguno logra destacar y se siente una sobrante historia amorosa con el personaje de Samara Weaving.

Con correctísimos recursos técnicos, y una música al tono de lo que pedía la trama a cargo de Kris Bowers, Chevalier no falla como propuesta –para los más cariñosos con las películas de época- aunque resulta insuficiente si se tiene en cuenta todas las posibilidades de relato sobre la figura, con un foco interesante pero reducido a la que le falta entusiasmo.


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