5 de mayo de 2024

El ¿ocaso? del mal

Una sátira oscura que imagina un universo paralelo inspirado en la historia reciente de Chile. La película retrata a Augusto Pinochet, símbolo del fascismo mundial, como un vampiro que vive oculto en una mansión en ruinas en el frío extremo sur del país. Tras pasar 250 años alimentándose del mal para sostener su existencia, Pinochet decide dejar de beber sangre y abandonar el privilegio de la vida eterna.


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Por Ignacio Rapari

Los primeros quince minutos de El Conde nos hacen olvidar de ese llamativo póster con tipografía rosa, en el que vemos a Augusto Pinochet (Jaime Vadell) con unos lentes del mismo color. Claro, se trata de “una sátira de Pablo Larraín” pero, no obstante, el uso del recurso fusionado con el fantástico para contar una historia con el dictador como protagonista no despertaba una seguridad absoluta. Sin dudas podía salir muy bien tratándose de un personaje recurrente en la filmografía del director chileno, que, con Tony Manero, Post Mortem y No brindó algunas de las mejores películas de su obra. Pero los turbulentos pasos de Larraín por Hollywood y su nueva alianza con Netflix no despertaban un entusiasmo mayor.

Retomando: los primeros quince minutos de El Conde son apasionantes. Aunque los orígenes ficticios y vampíricos de Pinochet propuestos por el guion del mismísimo Larraín y Guillermo Calderón despierten una fascinación incompatible con lo que realmente provoca su figura, se trata de un prólogo que prioriza construir la mitología que merece un monstruo de 250 años y que seguramente sea la máxima encarnación del mal sobre la Tierra. Incluso, con la secuencia más brutal de toda la película, en la que el vampiro francés Claude Pinoche ataca salvajemente a unas prostitutas. Mientras tanto, ese inicio (sí, quizás más propio de una película de mayores pretensiones comerciales que artísticas) está narrado con una voz en off femenina de la que es mejor no adelantar nada.


Cuando este prólogo concluye, la acción se traslada a un presente en el que el ex dictador (paradójicamente exiliado en la clandestinidad, habiendo fingido su muerte) desea morir tras 250 extensos años de vida, aunque sus intenciones se verán alteradas luego de que la monja Carmen (una suerte de Jonathan Harker interpretada con suma belleza por Paula Luchsinger) llegue a la desolada locación costera en la que Pinochet reside junto a su esposa Lucía Hiriart (Gloria Münchmeyer) y su despiadado mayordomo, ex torturador y también vampiro Fyodor (Alfredo Castro). Con la joven monja, también llegarán los patéticos hijos del “Conde” (Catalina Guerra, Marcial Tagle, Amparo Noguera, Diego Muñoz y Antonia Zegers) que buscan quedarse hasta con el último centavo obtenido por su padre durante los 20 años en el poder.

Cuando todos estos personajes comienzan a coincidir la película se vale principalmente de situaciones humorísticas que rodean, principalmente, a Carmen y a los hijos de Pinochet (sin muchas sutilezas, estos últimos terminan siendo los verdaderos vampiros de esta historia). Claro que “Pinoche” tendrá algunos momentos reservados para explotar su oscuridad (y un poco su ridiculez), pero se nota cierta timidez a la hora de explotar el salvajismo con el que Larraín juega en el mencionado prólogo, con gore, excesos y algunos de los mejores vuelos vampíricos de los últimos tiempos -que, de todas maneras, afortunadamente se repiten hacia el final-.

Hay un guion sin dudas ágil (cada entrevista individual de la monja Carmen con los hijos de Pinochet resultan una más desopilante que la anterior), una imponente fotografía en blanco y negro a cargo de Ed Lachman que imprime a la obra más terror del que verdaderamente posee y un atrevimiento atípico y valioso en tiempos donde ciertos temas no son susceptibles de licencias de este tipo. Y aunque algunas fórmulas se repitan y la historia no mantenga en gran parte de su desarrollo lo que prometía ese irresistible prólogo cargado de posibilidades, El Conde es de todas maneras una rareza más que bienvenida en la obra de Pablo Larraín que, lejos de Hollywood, sabe brillar mucho mejor.


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