24 de abril de 2024

Batalla de buenos y malos en un castillo de naipes

Con el arribo de Emilio Vázquez Pena a la presidencia, el nuevo poder en Argentina se hace notar, más allá de los temibles intereses entrecruzados dentro del gobierno. A la vez, el exilio de Tadeo comienza a despertar la rebelión en el pueblo.


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Por Ignacio Pedraza

En 2021 una de las producciones nacionales que más ruido hizo en Netflix fue El reino, la serie creada por Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro,elogiada por su fotografía y el guion, pero también por el debate generado por la visión teológica del asunto y el papel de la religión en la misma. Más allá de las polémicas, las críticas positivas sumadas a los nombres fuertes en su reparto generaron como consecuencia la segunda temporada de la serie, que arribó en el mes de marzo a la plataforma.

Con el contundente final de su primera parte, el drama se ubica un tiempo posterior a los sucesos relatados dos años atrás, con Emilio (Diego Peretti) en el sillón de Rivadavia aunque con una fuerte desaprobación de su gestión en varios frentes. Del otro lado del ring se ubica Tadeo (Peter Lanzani), quien decepcionado por los manejos de la iglesia decide exiliarse en el norte junto a Jonathan (Uriel Nicolás Díaz). Pero la pureza y solidaridad del joven Vázquez lo posicionarán como un referente social de la ostia, y los caminos con el gobierno –por ende, de sus perseguidores- se volverán a cruzar.

En este contexto de fuerzas del mal y del bien que se enfrentan, hay un montón de personajes involucrados en el medio –quizá demasiados-. Desde Celeste (Sofía Gala Castiglione) y Oscar (Alfonso Tort) buscando nuevas estrategias para mejorar la imagen de la iglesia, pasando por la debacle matrimonial de Julio (Chino Darín) y Ana (Vera Spinetta) hasta la distanciada pero sin soltar de todo el asunto de la fiscal Roberta (Nancy Dupláa). Más allá de que todos están sumergidos en la crucial situación, es un abanico tan amplio de caras que en el intento de profundizar las características y vivencias de cada uno se vuelve anárquico.

A esto se le suman nuevos personajes para formar dos frentes bastantes claros, llevándolo a un espacio de confrontación extremo. La construcción del suspenso en su primera temporada acá directamente se destapa de manera burda, con personajes de total bondad o pura maldad sin ningún tipo de ambigüedad en su caracterización; sumado a la crítica social a nuestra sociedad –o diferentes instituciones- que en este caso resulta demasiado evidente sin salvarse ningún actor social.


El caso de Rubén (Joaquín Furriel) es uno de los más claros, donde todo el misterio que irradiaba en la primera parte y sus intereses a lo Petyr Baelish acá se sumerge en un rotundo cambio de ciento ochenta grados y enfrenta sus demonios internos alejado completamente de lo que puede ser la matriz principal, desdibujándose dentro de la misma. Es decir, ante semejante conflicto social y político, poco pueden interesar aspectos particulares que tienen minutos en pantalla. Lo mismo sucede con el personaje de Peretti, quien tiene poco espacio para destacarse, ya que el foco está puesto en cuestiones casi bélicas comandadas por Botardi (Diego Velázquez).

Desde una historia con tintes de thriller y con más insinuaciones que concreciones, lo abstracto en esta nueva temporada brilla por su ausencia y se presenta un terreno liso y de plena disputa, sin lugar a segundas interpretaciones y de visionado sencillo. Buenos contra malos, con clara perspectiva bondadosa hacia nuestros héroes, es la premisa de esta historia que parece haber llegado a su fin, aunque los conflictos lejos están de solucionarse.


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