El viento que arrasa: Paula Hernández entre un pastor religioso y su hija (REVIEW)

La adaptación de la primera novela de Selva Almada

Tras quedar varados en un taller en el medio de la nada, Leni intenta comprender su lugar en el mundo mientras acompaña al Reverendo Pearson en su misión por promulgar la palabra de Dios.

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Por Lucas Soto

Desde el afiche podemos observar como Pearson (Alfredo Castro) es azotado por un sinfín de chispas rojas. El cuerpo del reverendo se mantiene inerte, como si estas líneas desprolijas fueran más que bienvenidas. La que sí no siente comodidad alguna con estas luces es Leni (Almudena González), joven que acompaña a Pearson a través de la Argentina y países limítrofes para, en palabras del reverendo, ayudar a los que necesitan escuchar la palabra de Dios.

Desde los primeros segundos de El viento que arrasa, Leni observa a escondidas cómo su compañero, su jefe, reparte palabras de salvación a un grupo de pueblerinos que, desesperados, buscan sanar sus dolores tanto físicos como internos. Frente a esto, Leni no es más que una espectadora frente a un show que parece tener fecha de caducidad.

Ya durante la noche, el reverendo y su ayudante descansan bajo la humedad de un hotel de paso. El color rojo aparece, proveniente del cartel que descansa al costado del edificio. Las luces de neón se posan sobre Pierson, llegando de rebote a la cara de Leni. Una cara cansada, indecisa. A través de la fotografía de Iván Gierasinchuk, Paula Hernández se apoya en el leitmotiv de este color para narrar la necesidad de la joven por escapar hacia un lugar diferente, uno en donde su propia voz, y no la de Pearson, sea la protagonista.

Tras quedar varados en el taller de Gringo (Sergi López) y Tapioca (Joaquín Acebo), el reverendo no tiene mejor excusa que ejercer su cometido para “salvar” al joven allí instalado. Consiente de que Tapioca no conocer otro lugar más que los fierros oxidados y los autos abandonados del lugar que llama hogar, Pearson desplaza las necesidades de su propia compañera para iniciar, tal vez, una de las misiones más personales de su vida.

Aquí sobresale el segundo conflicto de la protagonista: poder aceptar el destino del reverendo, aquella figura paterna que poco tiene para ofrecerle. Hernández, en este drama intimista, toma tanto de las reglas de las coming-of-age como de las road movies para presentarnos un viaje externo, en donde nuestros personajes deberán enfrentar las vicisitudes de lo irracional, el abandono y la desesperanza, como también uno interno que evoluciona en un clímax que muestra sus indicios desde los primeros momentos de la escena inicial: si Leni inicia su aventura viendo entre sombras, esta deberá de transformarse para poder escapar, libre y sin ataduras, bajo los rayos del sol.