2 de mayo de 2024

Nublado con probabilidad de drama

En el norte argentino, dos familias pasan los últimos días veraniegos entre dilemas personales y sueños frustrados. Un relato fantasmagórico de la decadencia de la clase media argentina y la disolución del modelo familiar tradicional.


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Por Ignacio Pedraza

El cielo gris en La mandrágora combina con el pesimismo y decadente reunión que Mecha (Graciela Borges) y sus amigos tienen alrededor de la podrida pileta de la quinta. Solo el rojo de la sangre tras el accidente mediado por el alcohol de la protagonista parece colorear el brumoso ambiente creado por Lucrecia Martel en La Ciénaga (2001), uno de los clásicos del cine argentino.

La aclamada directora argentina presenta en su ópera prima un retrato dramático y crudo sobre la relación entre las primas Mercedes y Tali (Mercedes Morán), mediada por las familias compuestas de cada una de ellas y con la ciudad salteña como escenario de un verano húmedo y con poco sol.

Una, respondiendo a una clase acomodada en pleno decaimiento; y la segunda, a la clase media con los típicos apremios económicos –todo de manera anti coyuntural al año ocurrido y donde poco puede asemejarse-, su interacción es lo más interesante del largometraje, sumado a todo el abanico familiar conviviendo en la casona. Todo esto se ve hilvanado a través de simbolismos, sin escenas o acciones descomedidas y donde lo abstracto se construye de manera codificada para un público que debe entrar en esa lógica de manera minuciosa.


Más allá que los personajes de Borges y Morán son la cara visible del proyecto –con actuaciones que demuestran su renombre en nuestro cine-, todo lo que rodea lo familiar y las miserias, fracasos y recelos de cada uno de ellos le dan un abanico complejo pero que homogeneiza una sólida historia. La realizadora logra reflejar diferentes situaciones con muchos disparadores posibles pero que lo potencial prevalece.

El escenario campestre le da un aspecto intimista a los sucesos, en contraste con el puñado de escenas inmersos en comunidad; lugares donde no logran adecuarse o que se ven conflictuados desde inocentes bombas de agua a batallas carnavalescas. Martel a eso le suma un relente verano que la pesadez poco permite hacer, y que la única solución como podría ser lo acuático se ve putrefacta. Poca musicalización –a cargo de Herve Guyader y Emmanuel Croset– se cola en la trama, donde el ruido ambiental irradia todo.

La sombra de personajes que se hacen oír desde la lejana Buenos Aires o destinos de familiares que no aparecen, el alcohol quebrando la ya de por sí endeble confianza entre familiares y la penumbra del duelo a través de ladridos avanzando de manera apaciguada surgirán abstractamente en La Ciénaga, pero que ni la virgen que vieron algunos coterráneos o algún viaje escaparate a Bolivia podrán llegarán para evitarlo.


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