Confluencia de poderes
Con el liderazgo de la mafia Yakuza en disputa, la investigación del periodista Jake Adelstein junto a la policía continúa para desenmascarar a la organización, más allá de los riesgos que implican y los poderosos intereses que intervienen en la investigación.
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Por Ignacio Pedraza
Silbando bajito, dos años atrás el extinto HBO Max presentaba una serie en la que llamaba primeramente la atención el nombre de la persona que dirigía el piloto y se nominalizaba como productor ejecutivo: Michael Mann. Si el especialista en acción estaba en la lista, su producto no podía fallar.
Tokyo Vice (2002) ofrecía un retrato adrenalínico sobre la ciudad japonesa, con diversos personajes implicados en esferas del poder que interactuaban y representaban un aspecto realmente complejizante de la violencia. El thriller policial congeniaba de gran manera con el suspenso y la acción, sumado a dramas propios de los involucrados de carácter más intimista.
Sin embargo dicho retrato se narraba de una manera que, si bien nunca escapaba del interés, era bastante desordenada y con varias vertientes que la ampliaban a niveles quizá anárquicos. Esos primeros ocho episodios estrenados hace dos años con diversos focos de atención lograban encajar piezas para unificar la trama y, con estos diez capítulos que llegaron el 2024, su fundamento queda claro.
En esta ocasión se observa una agrupación en la problemática, y la disputa de poder en la mafia Yakuza es el nudo principal por el que se van a mover los personajes. La investigación de Jake Adelstein (Ansel Elgort) junto al detective Hiroto Katagiri (Ken Watanabe) sigue incrementándose paso a paso y esos destellos para llevar adelante la cobertura ya son una realidad, implicado en las amenazas recibidas a él y su círculo de conocidos.
La serie basada en las memorias del propio Adelstein –periodista estadounidense radicado en Japón- logra elevar el nivel en la segunda temporada con una historia que congenia las tramas paralelas en la investigación al crimen organizado. Si bien todos los personajes estaban involucrados de diferentes maneras, la indagación policial y periodística toma aún más importancia y todos se mueven alrededor de la misma. Es que más allá de un seguimiento a un grupo de motociclistas y algún que otro viaje a Estados Unidos –este último más funcional a lo principal-, la discordia por el liderazgo de la mafia nipona es el núcleo principal.
Ya conocemos a Samantha (Rachel Keller), Sato (Show Kasamatsu) y Misaki (Ayumi Ito), y algunas historias de índole más personal esta vez quedan a un lado porque se ven involucrados directamente a algo que en un primer momento era más transversal. Apenas rasgos de la relación del personaje de Kasamatsu con su hermano menor –con la implicancia Yakuza- tiene espacio en el relato.
A la narrativa también se suma la gran capacidad en sus formas –algo comprobado con lo estrenado en 2022-. La lista de directores conformada por Alan Poul, Josef Kubota Wladyka, Takeshi Fukunaga y Eva Søhaug –esta vez Mann solo ejerció como productor- genera una identidad específica –aprovechando los naturales paisajes de Tokyo, que no deja de ser un personaje más- para crear propicias escenas de suspenso y acción, ésta última más contenida pero que en sus pasajes saca a relucir toda la violencia –con una gran escena de Sato en el baño-. Lo llamativo de esta propuesta de MAX pasa por el tiempo que se toma en la construcción, sin recurrir a giros de trama innecesarios por el simple hecho de despertar interés, sino que su narrativa se enriquece en la escalonada apaciguada de una temática que va creciendo naturalmente.
Las implicancias del poder está bien observado –acá queda bien parada la editora Emi Maruyama (Rinko Kikuchi) respecto al periodismo- sintonizando una narrativa enérgica y atractiva que la posicionan entre las producciones más destacadas del año, que logra diferenciarse a lo habitual y que inevitablemente es una gran propuesta para los amantes de este tipo de historias.
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