25 de abril de 2024

La serie de Netflix aborda las vivencias del rosarino

Basadas en las memorias del ícono del rock argentino, la nueva serie de Netflix emprende la vida del músico previo a la producción de uno de los discos más conocidos nuestra música. Entre vivencias personales e influencias musicales recorre la creación de Juan Pablo Kolodziej.


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Por Ignacio Pedraza

Rosario, 1978. Luego de tres años de dictadura militar, un jovencísimo Fito Páez (Iván Hochman) sorprende a Juan Carlos Baglietto (Joaquín Baglietto, hijo del artista), quien lo invita a tocar junto a él, dándole la bienvenida a una tal trova rosarina. Sin embargo, el contexto sociopolítico no permite muchas libertades y su padre Rodolfo (Martín Campilongo) se encuentra un tanto inquietante a las decisiones del joven, a pesar del reconocimiento a su magia con los teclados.

Con las dificultades que representa biografiar sobre una figura que aún en día sigue llenando estadios, El amor después del amor (2023) decide encuadrar la historia del protagonista de manera precisa desde su infancia hasta la creación del disco homónimo de la serie. En este sentido, conocemos los inicios y musas del rosarino para ir inundándose tanto en las míticas bandas y artistas que acompañó como su camino de solista.

Sin embargo, el proyecto de ocho episodios no recurre al típico camino cronológico sino que alterna de una etapa a la otra entre niñez y juventud. El niño Fito habla con el joven Fito, el joven Fito le contesta mediante procesos creativos, con secuencias –en reiteradas ocasiones- musicales que congenian como una síntesis de esa dialéctica intimista. Además, los directores Felipe Gómez Aparicio y Gonzalo Tobal decidieron recrear diferentes nociones de Páez, no necesariamente referido a lo profesional sino aspectos personalistas y familiares del protagonista, con un gran trabajo del reconocido humorista Campi –llamando la atención en el terreno del drama- interactuando con el niñato, que en esa versión está interpretado por Gaspar Offenhenden, que representan los efectos más dramáticos de la trama.

Por otra parte, una tarea nada fácil para la producción era la adaptación de grandes figuras del rock nacional que ayudaron a crear el monstruo e interactuaron con él de manera intimista, y ese deber estuvo cumplido con creces: tanto lo realizado por Andy Chango como el gran Charly García como de Julián Kartún en la piel de Luis Alberto Spinetta demuestran el altísimo nivel de recreación, con el peso que eso tenía. Sin embargo, quien se lleva todos los aplausos es Micaela Riera, en un papel que llamó la atención por la intrínseca interpretación de Fabiana Cantilo, desplegando todo el carisma de la cantante pero a la vez generando el espacio para las no tan buenas situaciones de la misma.


En los aspectos técnicos la serie logra salir bien parada con una buena fotografía por parte de Diego Guijarro y ambientaciones que se destacan, ya sea desde la grabación de Piano Bar o el plano secuencia donde Fito se presenta por primera vez como solista en el mítico Luna Park que los más fanáticos podrán dilucidar y apreciar aún con mayor notoriedad. La coyuntura se evidencia en el inicio durante el gobierno autoritario, mientras que con el correr de los capítulos va quedando de lado para enfocarse principalmente en el propio protagonista.

Turnando entre sucesos del drama más personalistas hasta de cuestiones de carrera –no solo aborda el disco de 1993 sino que hace menciones a sus trabajos anteriores-, la nueva serie de Netflix presenta un efecto nostálgico que no falla y una puesta en escena que la posiciona entre los trabajos nacionales más notables de los últimos años. A rodar mi vida, y darle play.

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