25 de abril de 2024

Dramas y romances entre proyectores

En un pueblo costero a inicios de los 80, la solitaria empleada de cine Hilary (Olivia Colman) establece relación con su nuevo compañero de trabajo Stephen (Micheal Ward) en un complejo contexto social.


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Por Ignacio Pedraza

Reflectores que se prenden. Máquinas de pochoclos en funcionamiento. Butacas limpias y listas esperando que encienda el proyector. Luces y sonidos que le dan vida al cine Empire, alojado frente a las costas de un pueblo inglés a inicios de los 80. La primera escena de Imperio de luz (Empire of Light, 2023) nos arroja directamente a la magia y el consumo alrededor del séptimo arte.

Sin embargo, lo nuevo de Sam Mendes no es necesariamente una “carta de amor al cine” –término recontra utilizado en los últimos tiempos- como sí se sitúan los escritos de Babylon o The Fabelmans. Tal a lo sucedido por Kenneth Branagh en Belfast (2022), el cine es un mediador que sirve para unir diferentes dramas que a los que el proyecto apunta, con temáticas diversas a lo largo de las casi dos horas de duración.

Reconocemos sobre la solitaria y grisácea vida de Hilary (Olivia Colman) a través de un puñado de tomas desde el inicio, y posteriormente cómo interactúa con Stephen (Micheal Ward), quien también tiene sus propios asuntos ante una parte discriminatoria de la sociedad que pretende expulsarlo. Es que el amplio abanico repertorio que abarca la producción no deja espacio necesariamente para lo referido al cine, más allá de algunas buenas escenas que reflejan la importancia de las películas; en su mayoría encomendadas por el proyectador Norman (Toby Jones) y la reconocida imagen de la protagonista emocionada frente a la pantalla.

Hay una historia romántica, también drama de lo más espeso, y además críticas sociales. En todo eso está el intento del director ganador del Oscar para unificar las subtramas y generar un relato que responde a producciones intimistas y de otras épocas. Hay momentos para cada situación que el género necesite, algunas más logradas que otras, pero que logran congeniar en base a las características de los personajes.


Dentro de la historia, las actuaciones le dan aún mayor fortaleza a los estados de los protagonistas. Olivia Colman logra tener lugar para sacar todo su histrionismo de manera racionada, donde pasa de su atributo más apaciguado a hiperbólicas escenas donde brilla. Además logra una correcta química con el personaje de Ward, quien lleva el otro papel protagónico sin ningún problema y con un carisma que destaca. El resto del reparto cumple, sin tener el espacio para profundizar más sobre algunos de sus rasgos.

A lo actoral se suman los aspectos técnicos, que siempre sobresalieron en los trabajos de Mendes y acá no es la excepción. La fotografía de Roger Deakins es digna de distinción junto a unos solemnes planos, mientras que la musicalización de Trent Reznor y Atticus Ross cuenta con una variante bastante amplia, y con cierta connotación social que responde a la temática del film.

Imperio de luz no es para nada una mala película, pero el nuevo trabajo del notable realizador generaba altas expectativas, y dependiendo de la información que se tenga previo a su consumo puede engañar.


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