3 de mayo de 2024

La noche de Julia

Cuando los padres de Julia le propusieron un pequeño viaje, ella prefirió quedarse en casa para pasar los días con sus amigas. No podrían reunirse hasta el viernes, por lo que esta noche, la tendría para sí misma. O eso creería.


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Por Rodrigo Vega

Es un hábito, un rito de pasaje tal vez, para el adolescente quedarse solo en su casa durante un fin de semana largo. Así fue para Julia, cuando sus padres propusieron un pequeño viaje y ella prefirió quedarse en casa para pasar los días con sus amigas. Ellas no podrían reunirse hasta el viernes por lo cual, esta noche, la tendría para sí misma. Mejor así -pensó-. Miraré películas.

Su preferencia por el género de terror no era bienvenido por sus asustadizas amigas que deseaban ver algo con Austin Butler. Luego que sus padres partieron, no salió en todo el día. Solo durante la tarde intercambió saludos con su vecino, Martín. Sus casas tienen un enorme patio, con un pequeño parque en medio de la manzana, los padres de Julia viven en el extremo Este. Algo tan bello que las familias desearon preservarlo.

Notó a Martín un tanto distraído cuando hablaron. Evaluando el parque, buscando ver algo que no estaba allí. Aunque hablaron como de costumbre sobre la facultad y la ciudad, antes de volver cada uno a su casa. Incluso la insólita mirada de preocupación del joven al enterarse que Julia pasaría la noche sola, no le alertó en nada.

Se dispuso a tomar un te en su tazón grande con la forma de un gato negro, mientras la película terminaba de cargar. ¿La película elegida? Una interesante obra de terror moderna, llamativa y renombrada: The Babadook. Durante los primeros minutos de la historia, como de costumbre, nada sobresaliente sucedió. Eran escenas para situar la trama.

Escuchó un ruido en el patio, pero asumió que se trataba de la gata de Martín que solía merodear fuera, incluso a principios de octubre durmió con ella. Durante los golpes en la puerta de la protagonista de la película, ella sintió algo similar en la suya. Y sonrío frente a la coincidencia. Como buena fan del género de terror, no sería fácilmente intimidada. Pausó la película para acercarse a la puerta, esperando alguna amiga que estuviera aburrida y pasara a visitarla.

No había nadie fuera, así que pensó en la gata de Martín, el viento o una simple sugestión. ¿Tan pronto? La película aún no daba miedo. Pero la tarde le había transmitido una sensación extraña. Algo con lo que Martín ya se siente familiarizado, esto Julia no lo sabía.

Continuó viendo la película con su te. Por momentos planeando la noche del viernes, cuando el primer bajón de tensión sucedió. Nada peculiar, solo un detalle más. Por suerte no fue suficiente para apagar la notebook, eso sí le hubiera molestado. Cinco minutos después el segundo bajón sucedió, acompañado de otros golpes en la puerta. Esto empezaba a preocuparle sin entender por qué.

Cinco minutos después el segundo bajón sucedió, acompañado de otros golpes en la puerta. Esto empezaba a preocuparle sin entender por qué.


Mientras regresaba pensaba de la entrada, donde una vez más nadie había golpeado la puerta. Escuchó el maullido. Ese sonido agudo penetrando cada pared como si no existieran en la casa, emanando de las puertas y el piso, junto al tintineo de las luces. Buscó una explicación para esos sonidos y comenzó a preocuparse, hasta que vio una figura familiar dentro de la casa. Esto le trajo cierto alivio, esa gata siempre paseando. La llamó por su nombre, pero el felino no respondió. «Qué extraño, ¿no es ella?».

Las pupilas de Julia se dilataron cuando el felino huyó atravesando la pared. En ese momento los golpes en la puerta del patio la asustaron. Martín había observado toda la noche el gran patio. Y notó que, en la casa de ella, las luces estaban fallando. Algo que ya le había sucedido.

Julia no deseaba sentirse aliviada por tener alguien más en la casa, como si hubieran venido al rescate. Casi se molestó por esto. Sin embargo, no tuvo tiempo de expresarlo a su vecino, cuando la puerta de entrada se abrió sola, pese a estar cerrada y con trabas. En el camino hacia la entrada, conversaron para evitar sentir temor frente a lo que abrió esa puerta. ¿Qué sería esta vez? Una sensación de ansiedad, similar a la de la tarde. Un desasosiego capaz de hacerlos sollozar sin motivos se apoderó del ambiente. La temperatura de la casa comenzó a descender, mientras risas de dicha los asediaban, como ecos en sus mentes.

¿Cómo podían escuchar a alguien siendo feliz y sentirse tan tristes al mismo tiempo? El frío les hizo ver las huellas del felino. Su ronroneo les hizo cosquillas, pasando entre sus piernas. Pero el frío se estaba haciendo más intenso, casi intolerable.

Las risas se detuvieron de pronto, como cuando alguien corta la música. Y con ellas, finalmente vieron lo que estaba presente observándolos. No había forma de concebir el estado de alerta que los dominaba, proveniente de esa forma preciosa. Una niña, transparente, en la cocina.

Pendiente de sus movimientos, el ademán de Julia la puso en guardia. Las ventanas se cerraron de golpe frente a este simple movimiento. La tensión de las luces bajó hasta dejarlas alumbrando como velas, mientras las puertas se trababan solas. Y la tristeza los colmaba. Martín pensó en formas de llamar al perro, como podría hacerlo si un mínimo movimiento haría que ataque esta niña. No le tomó mucho tiempo descifrarlo, considerando que estaba asediado por un espíritu.

Podía hablar con Julia sin generar una agresión. Como esperaba Martín, la voz era lo único que podían utilizar sin provocarla, aunque las maderas de la casa crujían amenazantes. Mientras, Julia lograba conocer el nombre de la niña «Ana». Él consiguió hablar con Bruno y pedirle que llame al perro, ese amistoso espíritu que casi le arranca el brazo y la pierna a su amigo.

Martín suspiró aliviado, el perro estaba llegando, allí en el patio lo veía tan torpe como esa vez, tumbando las macetas de cemento de 50 kg, jugando hasta llegar y romper el mosquitero al pasar, su marca registrada. Lamiendo su mano, removiendo la escarcha que la cubría. Y lamiendo la mano de Julia para quitarle el tono azulado que estaba tomando. Pero Ana no era su dueña.

De repente el aura de la niña se tornó gris oscuro, sus ojos aguamarina resaltaban amenazantes, incluso el can se asustó frente a esta agresiva presencia. El cuarto se tornó blanco, sus paredes estaban completamente congeladas, la llamada con Bruno se cortó de inmediato, mientras Julia y Martín observaban inmóviles su inminente final.

Con el rabillo de su ojo Martín vislumbró la esperanza cuando el felino irrumpió en la habitación persiguiendo algo que no quería mostrarse, el ánima cruel de la niña pareció reaccionar de pronto, eso que no podían ver los humanos era lo que estaba buscando.

Observando cómo se movía el felino pudieron interpretar que se trataba de algo volador. Con el correr de los segundos el hielo desapareció y la niña regresó a su estado previo, para luego irse corriendo a través de la pared hacia el patio, en busca de un ave. Un pequeño pájaro dorado cuyo canto le quitó el gélido abrazo de la muerte a los jóvenes.

Una hora después Martín junto a Bruno repararon el mosquitero. Tomaron un café, repasando los eventos de la noche, con Julia entusiasmada pensando qué más podría suceder. A veces una experiencia es un portal hacia algo mucho más grande. Conocer un simple espíritu animal, puede desencadenar una serie de encuentros cada vez más complejos. Por fortuna ya no están solos para enfrentar estos sucesos. Un pequeño alivio, pues deberán estar juntos para lo que sigue.

Escuchá «Episodio 3: LA FAMILIA (La niña)» de #LosHorrores.


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