24 de abril de 2024

La novedosa e impactante estética que arrasó en la taquilla

23 años después, rememoramos El proyecto de la bruja de Blair, una de las películas que marcó un antes y un después en el cine de terror y sus procedimientos.


Por Clara Migliardo

Sería normal pensar que uno de los géneros que más restringen a los directores de películas de terror es el found footage. Usualmente materializado en una cámara de bajísimo presupuesto, el método del metraje encontrado requiere a un personaje que sostenga la cámara y a un espectador que vea los hechos filmados “en vivo y en directo”. En ese pequeño recuadro que habilita el visor del dispositivo, el público ve a las entidades paranormales atacar a sus víctimas a diestra y siniestra sin que las últimas tengan la mínima posibilidad de ver venir a sus enemigos, como si lo permiten los formatos más panorámicos de otros sub géneros del terror.

Por suerte, los directores Daniel Myrick y Eduardo Sánchez supieron ver en esas restricciones una salida creativa. Y, aunque su película no fue la primera en hacer uso del found footage, es seguro que influenciaron enormemente al género terror y las posteriores producciones que intentaron transmitir una historia a través de una cámara.

El 21 de octubre de 1994, Heather Donahue, Joshua Leonard y Michael Williams entraron en un bosque de Maryland para rodar un documental sobre una leyenda local, «La bruja de Blair». No se volvió a saber de ellos. Un año después, fue encontrada la cámara con la que rodaron: mostraba los terroríficos hechos que dieron lugar a su desaparición.


The Blair Witch Project fue una de esas películas que, a pesar de ser creada con las ideas y materiales más simples, supo mantener su legado inquebrantable y fuera de cualquier cuestionamiento. Con un costo de filmación de 60 mil y una recaudación de 248 millones de dólares, es seguro decir que la película de Myrick y Sánchez supo aprovechar al máximo cada una de sus pocas posibilidades. A través del visor de la cámara, lograron capturar uno de los espacios más inabarcables: el bosque. Entre árbol y árbol, el espectador solo ve un recorte mínimo del área que delata a unos viajeros completamente perdidos y su imposibilidad de reconocer y familiarizarse con el entorno.

Al eliminarse ese sentido común que sostienen los lugares de protección en las películas de terror, los viajeros se encuentran liberados a un tipo de mal que podría aparecer en cualquier rincón del bosque. Paralelamente, el espectador no encuentra de que aferrarse para conseguir un momento de calma. Las escenas de día no tienen ninguna paz, los chistes que los personajes hacen para alivianar la tensión no sirven, y no hay carpa que valga durante la noche para poder hacerle frente a las entidades paranormales que vagan por el bosque. Así, el found footage triunfa en sus faltas, en su imposibilidad de otorgarles a los personajes una visión favorecedora de sus alrededores, y en su insistencia en contener toda la maldad dentro de la pequeñísima imagen captada por el objetivo de la cámara fotográfica.

Hace 23 años, la aparición de internet ya difuminaba la línea que separa el séptimo arte y el video y la imagen como instrumento al servicio de nuestras vidas cotidianas. Y Myrick y Sánchez supieron hacer de eso un experimento inquietante y bien logrado.

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