1 de mayo de 2024

There´s a Starman waiting in the sky

Jakub Procházka se encuentra hace seis meses en el espacio, y la soledad de los cosmos repercute en su matrimonio con Lenka. Con una ayuda un tanto exótica, el astronauta incursionará en la relación con la mujer para conocer sus causas y consecuencias.


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Por Ignacio Pedraza

Algunas frases perdidas en el éter nos pueden hacer creer algo de que, en parte, no es tan así: “Adam Sandler en el espacio”; “El famoso comediante incursiona en la ciencia ficción”. Sí, el reconocido actor Adam Sandler está en ambas situaciones que mencionan los anuncios, pero a la vez resulta engañoso.

En El astronauta (Spaceman, 2024), el espacio es referente a cuestiones dramáticas que intenta dilucidar su director Johan Renck. La distancia de años luz representa la soledad que invade a Jakub (Sandler) y también como espacio de reflexión, alejado de cualquier distracción de nuestro mundo, cuando interactúa con el espécimen Hanus (Paul Dano).

Está claro que se aleja de grandes superproducciones del subgénero como Interestelar (Interstellar, 2014) o de proporciones catastróficas como Armagedon (1998), y más cercano a experiencias vividas por la Dra. Ryan Stone en Gravedad (Gravity, 2013) o Mark Watney en Misión Rescate (The Martian, 2015). Sin embargo, a diferencia del desamparo que sufrían los personajes de Sandra Bullock o de Matt Damon, el astronauta checoslovaco no ahonda en aventuras sino en un recorrido más introspectivo.

En este sentido, dicho camino intimista se asemeja al de Sam Rockwell en Moon (2009), aunque el guion de Colby Day se enriquece con la información que brinda por fuera de la nave espacial que conduce Procházka: vemos las situaciones terrestres a través de lo vivido por su esposa Lenka (Carey Mulligan) e inevitablemente busca un quiebre con la irrupción del polizón que le da la voz Dano. El pasado en nuestro planeta de Jakub y los inicios de su relación con Lenka son retratados en la interacción que tiene el protagonista con el extraterrestre, que sirve tanto como acompañante del personaje de Sandler como de reflejo en proporciones astronómicas.


La narrativa se combina con aspectos técnicos que funcionan en ese tono monocorde que decidió su director, con una paleta de colores opaca y que deslumbra con algunos destellos del cosmos, pero siempre de manera intimista y sobria. La cuestión intrínseca es primordial, con una tenue musicalización de Max Richter y un uso de la cámara donde abunda el lento travelling y la angulación propia de la gravedad cero.

Respecto a su protagonista, uno puede creer que es uno de los artistas con la filmografía más marcadas con los tipos de proyectos: ya que si bien ha sido marcado por la comedia ligera, también ha sabido incursionar en el drama a cuentagotas proporcionalmente inversas a las del primer tipo. Y uno viéndolo en este tipo de producciones, le da la sensación que ha explorado poco por este género.

El Sandler que queremos, junto a una Mulligan que vuelve a demostrar la gran actriz que es –en un registro que parece ser una pata más a lo que ofreció hace unos meses como Felicia Montealegre-, ofrece en Netflix un trabajo distinto de manera novedosa, que si bien corre el riesgo de contar con un tono –muy- solemne, se la valora.


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