1 de mayo de 2024

Cuando el disparo de una cámara hace más estragos que el de un rifle

En el contexto de futuro distópico que plantea una guerra civil entre los estados del país estadounidense, un grupo de reporteros debe de cruzar toda la región afectada por el entorno bélico para así llegar a Washington D.C. y lograr entrevistar al presidente.


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Por Lucas Soto

Hablar de A24 y “productora independiente” como sinónimos, hoy, es tan erróneo como creer que la comercialización de múltiples obras autorales que buscan su paso por las salas cinematográficas es tratar a las mismas como productos que tan solo interesan por las ganancias generadas, contentando así los bolsillos de las productoras y distribuidoras. Ni una cosa ni la otra.

Son muchos los directores, guionistas y hasta productoras independientes -entiéndase como organismos que autofinancian sus propios producciones- que buscan realizar todo tipo de proyectos con el fin de que estos puedan retribuir cierto rendimiento económico. Estos profesionales no viven del “plano artístico” o de su “autoría”. Para seguir financiando sus futuras películas, y poder comer, necesitan duplicar o triplicar los montos en la taquilla del presupuesto inicial.

Desde 2012, y hasta el día de hoy, A24 se especializó no solo en financiar y distribuir múltiples óperas primas, como The VVitch, Hereditary o Swiss Army Man; también dio acogida a diversos directores que, con un fuerte sello autoral, pudieron desarrollar sus ideas lejos de la sombra perversa de las productoras más reconocidas de la industria hollywoodense. Sofia Coppola (The Bling Ring, Priscilla), Denis Villeneuve (Enemy), Steven Knight (Locke), Andrea Arnold (American Honey), Sean Baker (The Florida Proyect, Red Rocket), Greta Gerwig (Lady Bird) y hasta Yorgos Lanthimos (The Lobster, The Killing of a Sacred Deer) son tan solo algunos de los profesionales que, actualmente, lideran tanto la taquilla como las ternas en las temporadas de premio.

Actualmente, varios de ellos han decidido demostrar su impronta bajo el sello de productoras de más renombre como Warner Bros. o 20th Century Studios, pero es innegable reconocer cómo la pequeña gran productora neoyorquina sirvió de base para que muchos profesionales pudieran caminar y, luego, volar.


Pero dentro de todo este grupete no solo encontramos a un realizador que supo dar sus primeros pasos como director, sino que hoy se encuentra estrenando la producción más cara hasta ahora el momento. Con un presupuesto inicial de 50 millones de dólares, y habiendo cosechado en su primer fin de semana de estreno más de 25 millones, Guerra Civil llega no solo como la nueva apuesta de A24 por demostrar su poderío en el circuito comercial con películas de presupuesto medio, sino que se presenta como la última propuesta de Alex Garland por trasladar al espectador en un nuevo recorrido distópico.

Otra vez, y sin pecar de ingenuo, el autor logra pesar igual, o más, que el sello productor. Claro está que la decisión de invertir en semejante proyecto no recae en un novato, sino que lo hace en uno de los guionistas más influyentes del género. Tras colaborar con Danny Boyle en 28 días después y Sunshine, demostrar su lado más íntimo y sentimental en Nunca me abandones y visceral en Dredd, el guionista decide dar el próximo paso junto con la mencionada productora para dirigir su próximo proyecto: Ex Machina. Con un acotado presupuesto de 15 millones de dólares, y tras recaudar casi 40, Garland se situaba como una de las nuevas promesas de la cinematografía estadounidense y de la ciencia ficción.

Con Aniquilación, Garland, ya sin la producción y/o distribución de A24, sufrió las desventajas de una proyección en cines reducida y una ventana de estreno en plataformas de streaming de tan solo 17 días. De todas formas, algo dejó en claro: su impronta narrativa trascendía a las reglas del guion clásico, logrando así apoyarse enteramente en el espectáculo visual y sonoro que tenía a disposición.

En Men, ya de vuelta con la productora mencionada más arriba, el director sucumbe a sobre explotar la metáfora visual con una narración que trasciende más por la preocupación de pertenecer a la agenda woke y progresista que por utilizar y desarrollar la herramientas del arma que lo puso en plano: el guion.

Ya situados en su última película, reconocer que Garland aprendió de sus errores sería una mínima excusa para visitar el nuevo mundo que nos presenta; el espectador no solo se encuentra con un desarrollo de personajes excepcional, sino que también con un compleja pero no menos concisa utilización de sub géneros que logran dar unidad y sentido.

Describir a Guerra Civil solamente como una película distópica que plantea un escenario no tan distante sería rebajarse a los múltiples titulares que la definen como “la mejor del año” tan solo por la temática que trata. Apoyándose en los orígenes de 28 días después, Garland decide tomar a las road movies como fuente principal de aspiración para presentar el conflicto que deberán de atravesar el grupo protagonista.


De un punto A a un Punto B, siendo este último la fortalecida Washington D.C., la reportera fotográfica Lee (Kirsten Dunst), el rebelde periodista Joel (Wagner Moura), el ya experimentado Sammy (Stephen McKinley) y la fotógrafa novata Jessie (Cailee Spaeny) viajan a lo largo de la belicosa Estados Unidos para intentar conseguir una última entrevista del presidente. Todo esto antes de que las fuerzas opositoras tomen el control de la Casa Blanca y anulen toda posibilidad de que el mandatario pueda registrar sus palabras frente a la cámara.

Con semejante primicia, y tras la pretenciosidad de sobre explicar la metáfora en su ultima película, el enfoque que Garland podría darle a su última película era indescifrable. Pero es gracias al poderío de sus personajes, en especial de Lee y Jessie, que el director sale triunfante, sacando a relucir su arma más preciada: la ambientación como un entorno sociocultural que sirve explícitamente para la transformación de los protagonistas. En donde Lee debe de cargar con una mochila repleta de muerte y desolación registrada con el objetivo de su cámara, Jessie se entrega a la extasiante realidad, llena de escenarios para desarrollar su lado profesional, sin comprender que su propia humanidad debe desplazarse en un segundo plano.

De esta forma, el espectador es participe de la evolución -y degradación- de dos personajes que, frente a los mismos horrores –y oportunidades-, se retroalimentan mutuamente para poder descubrir sus verdaderas intenciones dentro una guerra que busca, constantemente, un enemigo latente en el que depositar la próxima bala.


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