28 de abril de 2024

El sendero final

La desaparición de una niña perteneciente a una poderosa familia del país traerá a Fabián Danubio nuevamente en el terreno de la investigación. Mientras, la llegada de un extraño cercano a Iván Rauch le traerá inquietudes al protagonista y su hija Moira.


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Por Ignacio Pedraza

En 2017, mientras la discusión pasaba por el poco lugar de las telenovelas y la ficción nacional en la pantalla –temática aún latente-, HBO Latin America ofrecía un producto que se acercaba al gran proyecto que a la empresa –en colaboración con Pol-Ka– la posicionó en un pedestal como fue Epitafios (2004). Con más antecedentes en otros países de la región que en nuestro territorio nacional, con El jardín de Bronce (2017) los directores Hernán Goldfrid y Pablo Fendrik lograron presentar un gran policial negro con un acento argentino marcado, género que no abunda o que puede flaquear en estas tierras.

El arquitecto Fabián Danubio (Joaquín Furriel), cansado de la burocracia policial y con el tiempo alargándose, decide alternar los planos de sus proyectos con las investigaciones propias de un detective privado para saber del paradero de su hija (Maite Lanata). El reencuentro con Moira le propició un nombre en el rubro y por ello, en la segunda temporada, Andrea (Paola Barrientos) le solicita ayuda para encontrar al suyo. Las vivencias del protagonista lo posicionaron a la par de las fuerzas de seguridad, por lo que el estreno de la tercera temporada no fue la excepción para darle un cierre a la historia.

La rápida sinopsis de los dieciséis episodios anteriores es apenas un puñado de datos para adentrarnos sobre lo que estamos hablando, ya que la nueva temporada aborda cuestiones apenas tratadas anteriormente que ahora logran mayor entidad y que deben congeniar con el nuevo caso que debe afrontar el personaje de Furriel.


La desaparición de una niña familiar de uno de los apellidos más poderosos del país como es el de los Kreuzer hará llegar la novedad a Danubio, quien se ofrece a ayudar a su madre Juana (Jazmín Stuart) y el magnate Oscar (Juan Leyrado). Con eficientes antecedentes en su trabajo, el arquitecto ya alejado de su profesión debe seguir las escasas pistas junto al cuerpo policial para llegar a la desaparecida, aunque también la irrupción de Antonio (Rafael Federman) traerá fantasmas del pasado en la familia de Danubio.

Lo escrito por Gustavo Malajovich y Marcos Osorio Vidal supo posicionar el policial junto al suspenso que rozaba lo sobrenatural con una primera temporada que no desentonó en absoluto sobre estos dos estilos. La segunda parte, en cambio, se avocó principalmente sobre lo primero y toda la historia Rauch quedaba inevitablemente corrida a un lado. En este nuevo caso, la conjunción de ambos parece en el punto justo, con el riesgo que corre de volverse denso en su narrativa y demasiado abarcativa.

Algunos apostarán más por las investigaciones policiales, con el agregado de un interesante Alejandro Awada, aunque prescindible y que cuesta posicionarlo a la altura de lo que fue César Doberti (Luis Luque), y de cierto revisionismo histórico a cargo del personaje de Norman Briski sobre el pasado de la familia implicada. Mientras que otros se inclinarán la interacción de Moira, su reinserción en la vida social de una típica adolescente y el misterio que rodea a lo que sucedió en La doradita, aún con sus consecuencias, y en esta temporada tiene mayor desarrollo ante la irrupción del personaje de Federman; pero que ambas tramas parecen ir por senderos con pocas intersecciones.

Más allá de lo relacionado a la historia, estos nuevos ocho episodios vuelven a afianzar esos aspectos técnicos que tanto lo posicionaron como una de las mejores producciones nacionales – a cargo de Verónica Cura-, donde la puesta en escena logra destacar y congenia con la creación de suspenso, con alguna que otra objeción a las secuencias resolutivas principalmente en términos de persecución. Sin embargo, las vueltas de tuerca siguen presentes para mantener el interés a un proyecto que no defrauda, aunque la ambición de abordar en demasía puede ser abrumadora.


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